Dios revela su plan para la relación más básica del hogar: el matrimonio. Conforme al patrón que dejó al crear a Adán y Eva, él explica que el hogar se compone de un hombre y una mujer unidos en matrimonio.
Dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán una sola carne.
Génesis 2:24
Con estas palabras Dios revela su plan para la relación más básica del hogar: el matrimonio. Conforme al patrón que dejó al crear a Adán y Eva, él explica que el hogar se compone de un hombre y una mujer unidos en matrimonio.
“Grande es este misterio”, escribe el apóstol Pablo acerca del matrimonio. Incluso el sabio Salomón comenta que “el rastro del hombre en la doncella” le es oculto y no lo entiende. Así que, el tema se presenta como un misterio. Como un mega-misterio (las palabras originales de Pablo en Efesios 5:32 son musterion megas, que se traduce “grande es este misterio” en la versión RV1960). Casualmente, muchos consideran que su cónyuge es un mega-misterio, y en realidad el apóstol Pablo usó estas palabras para describir la relación matrimonial. Pues bien, el Nuevo Testamento usa la palabra misterio para dar a entender algo que solo se entiende por medio de la revelación divina. Así, la palabra musterion aparece veintidós veces, pero solamente una vez dice musterion megas.
No propongo respuestas a aquellas preguntas que Salomón y Pablo no pudieron contestar. Más bien, al igual que ellos, creo que una relación exitosa y bella es posible, aunque no comprendemos por completo. Es cuando las parejas abandonan el plan de Dios para el matrimonio y el hogar que
fracasan; no es porque no entiendan cómo debe funcionar el matrimonio. Si bien la institución del matrimonio es un misterio, los matrimonios fracasan porque no siguen las instrucciones claras de Dios, aunque la institución misma del matrimonio sea un misterio. Por otro lado, es posible gozar de un matrimonio y hogar exitoso cuando posees la llave del misterio: la Palabra del que te creó y quien fundó el hogar para tu bien y felicidad. El hecho de que es un misterio (un musterion megas) de buen resultado se debe a que el autor del plan es Dios, y no el hombre.
Dios nos creó varón y hembra. En el huerto del Edén, Dios juntó a los dos solteros que había creado, hombre y mujer, y aparentemente con poca ceremonia, los casó, uniendo dos personas en una sola carne (Mateo 19:6). Si bien los casó con poca ceremonia, incluyó leyes profundas y absolutas.
En realidad, existen pocas leyes tan sencillas y a la vez tan completas y profundas como las que fueron establecidas en el Edén. Ahora bien, Dios creó una institución que sirve en toda época, y estableció leyes que jamás deben ni pueden mejorarse. En aquella primera ceremonia matrimonial hace seis mil años, Dios pronunció solo unas cuantas frases, pero expresó conceptos que siguen tan relevantes hoy como en el pasado y que abarcan todos los parámetros seguros del matrimonio. Al enseñarnos estos conceptos, estableció leyes que proveen la plataforma perfecta sobre la cual la relación humana más bella puede desarrollarse. La razón que el matrimonio se considera una relación tan importante es por la manera en que refleja la relación de Cristo con su iglesia.
En Génesis 2 encontramos la historia de lo que Dios hizo para establecer la relación matrimonial. En el versículo 24, Dios declara de forma concisa las leyes que ordenó para gobernar dicha relación. Unos cuatro mil años después, cuando Dios se encarnó y vivió entre los hombres en la persona de Jesucristo, citó ese versículo y aclaró su significado por las aplicaciones que hizo.
Al principio de la creación, varón y hembra los hizo Dios. Por esto dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y los dos serán una sola carne; así que no son ya más dos, sino uno. Por tanto, lo que Dios juntó, no lo separe el hombre. (…) Cualquiera que repudia a su mujer y se casa con otra, comete adulterio contra ella; y si la mujer repudia a su marido y se casa con otro, comete adulterio (Marcos 10:6-9, 11-12).
El salmista David exclama: “Oh, cuánto amo yo tu ley”, y cada pareja cristiana puede decir lo mismo por experiencia. Las leyes de Dios que gobiernan el matrimonio son perfectas, buenas para la pareja, maravillosas para los hijos y proveen los únicos parámetros sociales seguros para la sociedad. ¡Cómo debemos amarlas! A la vez, hay que recordar que son leyes, no solamente sugerencias. Requiere de disciplina obedecerlas y hay sanciones para quien las viola. Amamos las leyes de Dios, porque vemos que Dios muestra su amor al darnos leyes que hacen posible tanta felicidad.
Sin embargo, las leyes por su misma naturaleza son parámetros dentro de los cuales pueden brotar paz y felicidad; no prometen felicidad por sí mismas. Las leyes de Dios para el matrimonio no garantizan la felicidad matrimonial ni una relación comparable con la relación entre Cristo y su iglesia; más bien, hacen provisión para ella. Si quieres experimentar todo lo bueno que Dios te ofrece en tu matrimonio debes estudiar las enseñanzas del Nuevo Testamento y la sabiduría de Proverbios en cuanto a la relación matrimonial. Y hay que tomar en cuenta los ejemplos bíblicos de los matrimonios buenos al igual que los malos. Si tomas en serio el hallar lo mejor que Dios tiene para ti, también procurarás buscar y recibir consejos de los que gozan de un matrimonio exitoso y de buenas relaciones con el prójimo.
Cuando Dios dice: “Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra” (Génesis 1:28), no habla solamente de la procreación de los hijos, sino también de la extensión de los hogares. Una de las leyes que decreta para el matrimonio es que el hombre deje a su padre y madre y se una a su esposa (Génesis 2:24).
Cada hogar trae un nuevo comienzo. Si bien la nueva pareja aprende todo lo que puede de lo que es bueno y correcto en el hogar de sus padres, siempre debe apegarse al patrón bíblico de establecer su propio hogar sin temer apartarse de las costumbres conocidas, cuando sea necesario, para ser fiel a Dios y a su cónyuge. Por tanto, para recibir la bendición de Dios en esto, son necesarias ciertas actitudes en la relación matrimonial.
Tanto el esposo como la esposa deben estar comprometidos con Cristo. También deben considerarse de igual valor, aunque los hogares en que se criaron hayan sido distintos. Si bien uno de los hogares fue más, o menos, ideal que el otro, ninguno debe considerarse superior al otro ni el salvador del otro. Es importante respetar y honrar los hogares donde se criaron y, a la vez, insistir en formar una nueva identidad como otra familia.
Las tradiciones bíblicas y espirituales que aprendieron en el hogar de sus padres deben ser honradas y perpetuadas sin considerarlas como violación del nuevo hogar. De hecho, muchas costumbres que aprendimos de nuestros padres han llegado a ser una parte subconsciente de nosotros, aunque no sean de valor espiritual particular. También tendremos que aceptar las costumbres de nuestro cónyuge. El esposo no debe insistir en que su esposa haga las cosas como las hacía su madre, ni la esposa debe esperar que su esposo sea igual a su padre. Así, la nueva combinación dará al nuevo hogar su personalidad única que tiene todo el potencial de ser igual y hasta mejor que los hogares de donde salieron.
Los votos que hacemos en el altar matrimonial encierran de manera muy eficaz las enseñanzas de las Escrituras sobre la relación matrimonial.
El esposo promete “amar y estimar a su esposa; proveer para ella y cuidar de ella en salud y en enfermedad, en prosperidad y en adversidad; ser paciente, benigno y bondadoso con ella; vivir con ella en paz; y dejando a todas las otras, conservarse solo para ella mientras ambos vivan”.
La esposa promete prácticamente lo mismo que su esposo, menos proveer para él ni mantenerlo.
Los que hemos estado casados durante muchos años todavía nos impacta escuchar estos votos. Al escucharlos, uno podría decir: “Claro, todavía los creemos y los practicamos”. Sin embargo, los que tienen la dicha de haber experimentado décadas de matrimonio entienden mucho mejor lo que encierran los votos de los que se están casando.
Las ocasiones en las que experimentamos frustración en nuestro matrimonio fue porque no practicamos todo lo que prometimos. Si hubiéramos cumplido todo lo que prometimos en el altar del matrimonio, habríamos conocido siempre la felicidad que Dios esperaba en nuestra relación. No podemos evitar todo problema, estrés o tristeza que Dios permite para probarnos. Sin embargo, la gracia de Dios siempre está disponible para convertir esas pruebas en crecimiento si amamos y estimamos a nuestro cónyuge y extendemos paciencia, bondad, benignidad, paz y fidelidad mientras ambos vivamos.
A veces es más fácil entender las faltas cuando las vemos en otra persona. Así que, voy a hablar de un problema que existe mayormente en el mundo: el esposo haragán. Se oye de él porque es una carga económica a la comunidad o al estado. Cuando el esposo no provee para sus hijos, la carga recae sobre su esposa o la comunidad. Aquel esposo también hizo los votos, pero violó su significado básico. No provee lo que su esposa necesita. Desde el principio, muchos nunca tuvieron intenciones de cumplirlo.
Esposa, si tu marido trae su sueldo a casa y te permite gastarlo en tus necesidades personales y las de la casa, dale gracias a Dios. Obviamente, en este mundo cruel viven muchas esposas infelices y hasta resentidas con un marido que tiene la capacidad de proveer para ella, pero no lo hace. Aun casados, parece que él no comprende que su compromiso incluye mantener un empleo, trabajar arduamente y llevar dinero a la casa. Aunque trabaja, muchas veces se desvía de camino a la casa para gastar su sueldo en sí mismo.
La esposa cristiana no exige lujos. ¿Acaso conoces a una esposa cristiana que desprecia a su esposo que trabaja arduamente para ella, aun cuando apenas produce lo suficiente como para poner alimento en la mesa? Por otro lado, ¿has conocido a una esposa que se siente satisfecha cuando ve que su marido cuida más de sí mismo que de ella? Hermano, debes enfrentar la vida junto con tu esposa. Como esposo, es tu deber proveer para ella.
Recuerda que, aunque la provisión material sea la necesidad más obvia de la relación matrimonial, tu esposa también tiene necesidades espirituales, emocionales y sociales que debes suplir. Tus votos de proveer para sus necesidades incluyen todas estas cosas.
Acabamos de decir que la provisión abarca más que suplir lo material. Es decir, los hombres casados también hemos prometido amor, paciencia, benignidad y bondad.
La paciencia. Escucha bien la próxima vez que oigas a alguien hacer los votos y acuérdate: “También yo prometí ser paciente. Hice voto delante de Dios ejercitar paciencia con mi esposa, de la manera en que prometí serle fiel”. (También aplica a la esposa).
El cristiano sabe que la paciencia es fruto del Espíritu. Claro, es una virtud que debes ejercitar dondequiera, con todas las personas; pero en esta relación más íntima de todas, has hecho un compromiso especial y has hecho voto delante de Dios, prometiendo que vas a extender paciencia. Por tanto, ten por seguro que en esta relación tu paciencia será probada, aun si solo es por el hecho de que viven juntos constantemente.
Habrá malentendidos en el matrimonio, pues son parte de toda relación humana. Los seres humanos no siempre nos vamos a entender. Malentendemos. No obstante, podemos escoger cómo respondemos a los malentendidos. Podemos responder con calma o con irritación. Podemos decir: “Disculpa, ¿podrías repetir lo que dijiste?” O podemos discutir y, en muchos casos, descubrir que no sabíamos lo que hablábamos. Malentendimos. No es que la otra persona se haya equivocado, ni que haya sido ingenua u obstinada. Siempre es conveniente extender paciencia.
La paciencia también se necesita frente a las faltas, que son más que malentendidos. Nos referimos a dificultades reales, no heridas imaginarias. Por tales casos, prometemos ser pacientes porque todos tenemos faltas reales. Y para vencer dichas faltas, debemos recibir con alegría la ayuda de nuestro cónyuge. Es maravilloso ver cuánto una buena esposa puede mejorar a su esposo (y viceversa). Estoy seguro de que este fue el plan de Dios para el matrimonio. Sin embargo, sí vendrán tropiezos.
Algunos de los problemas no se resuelven en el primer intento, y algunos puntos débiles siempre estarán presentes. Si tomamos en serio el noviazgo, deberíamos haber podido evaluar las debilidades más obvias de nuestra pareja y decidir si podíamos soportarlas.
Una vez casados, debemos recordar que escogimos las faltas con las que ahora vivimos. Al prometer paciencia en el altar del matrimonio, esencialmente nos comprometemos a no contender por las faltas del otro. Es verdad que debemos aceptar que nuestra pareja nos ayude a ser mejor persona, pero debemos abstenernos de criticarla si causa contienda. La paciencia es necesaria para hallar el equilibrio y para combinarse perfectamente, ayudándonos por medio de aceptarnos el uno al otro, a pesar de nuestras faltas.
Lo primero que se promete en el altar matrimonial casi parece innecesario: “¿Amarás a tu cónyuge?” ¿Acaso no fue el amor que los trajo a este momento? El amor es un asunto complejo, y su manera de obrar es el gran misterio del que habló Pablo. Es lo que el sabio Salomón no pudo explicar. Los misterios de los cuales habló Pablo y que la Biblia menciona en varias ocasiones son misterios de Dios que únicamente se comprenden por la fe a través de la revelación divina. Dios no revela sus secretos a los inmundos ni a los descuidados e indiferentes. Por eso, la sabiduría de Dios es necedad a los mundanos (1 Corintios 1). Sin embargo, el cristiano puede conocer los misterios de Dios, incluyendo el misterio del amor.
Cuando se nos pregunta: “¿Amarás a tu cónyuge?”, se nos pide hacer un compromiso en vez de expresar una emoción. Se refiere a un compromiso para el futuro, no a lo que nos trajo a este momento. Amar es una decisión que la pareja cristiana ya ha tomado pero que ahora está dispuesta a expresar de manera formal y pública. Es el compromiso de amar en el sentido cristiano.
¿Qué distingue el amor cristiano de la lujuria o de lo que el mundo llama amor? El amor de Cristo es un amor altruista. Entonces, estima mucho a tu pareja por quién es, no por lo que hace por ti. El amor verdadero cree que Dios en su benignidad los juntó como pareja y que, pase lo que pase, esa persona siempre será la indicada para ti.
No hallarás mayor felicidad y satisfacción que vivir con la pareja que escogiste y que Dios te dio. Además de aceptar la voluntad de Dios, el cristiano controla sus emociones para desear, y hasta sentir lo correcto, y sentirse mal cuando lo tienta cualquier alternativa. Cuando te sientas atraído a la mujer ajena, o cuando no te sientas atraído a tu esposa, invita la presencia misma de Dios, el Jesús vivo, a tu corazón para que te capacite para amar como él ama y exige que ames: “Que os améis unos a otros; como yo os he amado” (Juan 13:34).
Sigue este hilo de pensamiento, y pronto verás que la pareja que se disciplina y ama con el amor de Dios evita todo tipo de problemas. Dios premiará tu compromiso con morar en tu corazón, arraigando y cimentando tu amor (Efesios 3:17). En el matrimonio cristiano el amor se profundiza y se ensancha con el paso de los años porque ambos escogen amar a Dios y a su cónyuge. Claro, los principios bíblicos del amor y del matrimonio también son válidos para los que no son creyentes; pero si eres cristiano, has prometido amar, has aprendido de Dios cómo hacerlo y tienes la ayuda del Espíritu Santo para guardar tu corazón y mente en Cristo Jesús.
El último voto que hacemos es: “dejar a todas las otras, conservarse solo para ella mientras ambos vivan”. Salomón no pudo explicar todos los misterios del matrimonio, pero sí entendió muy bien y dejó claro que el hombre que comete adulterio es necio. Aunque la Biblia no lo diga en esas palabras exactas, Proverbios 6:32 dice que tal hombre “es falto de entendimiento”. Vuelvo a decir que es más fácil ver lo negativo en la vida de otro. El mundo se ha entregado a toda clase de impureza e infidelidad, y estas producen dolor incalculable. Los gobiernos legalizan la inmoralidad (prostitución, divorcio y segundas nupcias) con fin de controlar el impacto del adulterio. Sin embargo, siempre es necio el hombre que sigue los deseos de la carne y mente corrupta. La infidelidad deja un desastre en donde antes había un hogar. Los hijos sufren; la violencia aumenta. Se dice que hasta un 80% de los homicidios tienen que ver con los enredos amorosos. ¡Qué abuso de la palabra amor! No es amor; es lujuria. La lujuria genera violencia. Legalizar la lujuria no soluciona nada. Los celos del hombre y la violencia que producen no se disminuyen solo porque el juez haya declarado disuelto el matrimonio.
Ahora, vuelve a analizar tu propia relación con tu pareja. Para el cristiano, ¿cuánto incluye la frase “conservarse solo para ella”? Jesús estableció que la fidelidad matrimonial incluye mantener los ojos y pensamientos libres de codicia, no solamente los hechos (Mateo 5:28). Por su parte, Pablo explica que la vida resucitada con Cristo no solamente mortifica la fornicación y el adulterio, sino también toda inmundicia (Efesios 5:3).
El mundo actual está sobresaturado de estímulos sexuales que tientan a los hombres. Permea el entretenimiento y es un pilar de la publicidad. La lujuria se difunde por los medios de comunicación y domina la ropa de moda. Marido, es preciso que te conserves exclusivamente para tu esposa. Nada 9 en el mundo te puede guardar; tienes que guardarte a ti mismo. Mantente donde el Señor te pueda guardar. Así también, esposa, evita cualquier apariencia, lugar, literatura, pensamiento, emoción y sugerencia de cualquier cosa que no sea exclusivamente hacia tu marido.
Los votos incluyen “dejando a todas las otras”, lo cual está bien dicho, siendo muy parecido al mandato bíblico de “huir de la fornicación” (1 Corintios 6:18) así como hizo José (Génesis 39:12).
Volvamos otra vez al lado positivo de esta maravillosa relación llamada matrimonio. Los votos dicen: “Prometo vivir con ella en paz. Prometo ser benigno con ella”. Paz y benignidad son palabras tiernas; es más, son fruto del Espíritu. Se trata de la vida, no de las emociones. Con todo, la vida sí tiene emociones, y Dios quiere que vivamos en paz. Una relación pacífica entre cónyuges produce un hogar pacífico.
La benignidad dicta lo que le dices a tu pareja y cómo se lo dices. Se manifiesta en lo que haces para tu pareja, la manera que te entregas a ella y las cosas que le das. Sale de tu corazón: lo que quieres para tu pareja y lo que haces al respecto.
Como ya sabemos, en el principio Dios nos creó varón y hembra. A menudo el hombre se sorprende de la manera en que piensa la mujer. Y la mujer nota que el hombre no siente como ella respecto de los asuntos. O quizás el problema es que su marido no tanto siente algo, sino que razona y analiza con lógica fría y dura. Este fenómeno de distinciones sencillamente subraya el hecho de que Dios nos hizo distintos al crearnos varón y hembra. Somos de la misma especie, sí, pero tan distintos. Sin embargo, no hay que considerarlo un mega-misterio. Sencillamente, es bella la manera en la que ambas partes pueden complementarse y hacer de ellas una unidad más perfecta.
Puedes considerar las diferencias una irritación o, como Dios las diseñó, como partes complementarias de una unidad. Tanto los hombres como las mujeres son excéntricos sin su ayuda idónea que los equilibra. Con esto no damos a entender que no hay lugar en el reino de Dios para el soltero. Pablo deja claro que los hombres solteros disciplinados, así como “las viudas que en verdad lo son” cumplen un papel vital en la iglesia y su obra. Su excentricidad puede verse sesgada a favor de Dios y la obra del reino. Pero, como toda excepción, esta comprueba la regla: Los cónyuges son dos mitades de una unidad.
Nuestras diferencias son lo suficiente marcadas como para que nuestro interés, durante toda la vida, sea explorar y llegar a conocer mejor a nuestra pareja. De esa manera, debemos considerar cada discusión como una oportunidad perdida de haberlo hecho. Las parejas que viven en conflicto y se irritan pierden años que podrían aprovechar para mejorarse.
Las diferencias innatas entre hombres y mujeres son el hierro que aguza el hierro. “Y así el hombre aguza el rostro de su amigo” (Proverbios 27:17). ¿Acaso tienes mejor amigo que tu pareja? Las parejas sabias se aguzan el carácter el uno del otro. Tal esposo se deleita en llegar a casa. Más bien, tales hombres se ponen inquietos cuando la esposa necesita ausentarse durante unos días. Es innegable que llegamos a depender mucho de ella para aguzar nuestro rostro.
Las diferencias proveen un sinfín de oportunidades para entenderse mejor. Junto con la benignidad que te has comprometido a mostrar, siempre puedes aprender nuevas maneras de agradar a tu cónyuge. Pablo dice que el hombre casado “tiene cuidado de las cosas del mundo, de cómo agradar a su mujer” y así también la mujer casada. Esposo, ¿alguna vez has tomado estas palabras de Pablo en 1 Corintios 7 como una descripción de trabajo? Esto es lo que Dios espera de las parejas: tener cuidado de las cosas del mundo, de cómo agradar a su pareja. ¿Acaso no sugiere que tu mundo debe girar alrededor de la mujer que Dios te dio? Siempre puedes aprender mejor cómo agradarla. No porque sea difícil hacerlo, sino porque sigues aprendiendo nuevas maneras en que lo puedes lograr. Sé benigno con ella, y no permitas que tu matrimonio se paralice.
La benignidad también se manifiesta al sanar heridas. Ya que conoces las debilidades de tu pareja, debes protegerla de las heridas, siempre que sea posible. A la vez, aprende a sanar las heridas que no puedes o no debes evitar. Es un hecho que por nuestra humanidad habrá dolores y heridas providenciales y correctivas que no debemos de tratar de evitar. Aun así, la benignidad busca ayudar, empatizar, sanar y construir una relación aún mejor sobre las experiencias difíciles que hemos compartido.
Ya hemos considerado las directrices negativas y las positivas de las Escrituras, con el fin de conocer lo mejor en el matrimonio. Ambas partes se complementan.
Recalco: Las decisiones que debemos tomar, el dejar a todos los demás y cada una de las disciplinas que la Biblia receta para el matrimonio crean el ambiente en el cual pueden desarrollarse el amor verdadero, el gozo y la realización.
En pocas palabras, la receta de Dios para la felicidad matrimonial es que el hombre ame a su esposa y que la mujer respete a su marido (Efesios 5:22–33). Cada marido puede experimentar el respeto de la mejor mujer del mundo al tratar a su esposa con paciencia, benignidad, cortesía y cualquier otra muestra de amor. De igual manera, cada esposa puede experimentar el amor del mejor hombre al apoyar a su marido, seguir su liderazgo y complementar sus esfuerzos, expresando confianza y cualquier otra muestra de respeto.
Hay muchas maneras de mostrar amor y respeto, y es ilimitado el gozo que experimenta la pareja cuando cada uno pone de su parte. El esposo cristiano debe hacer los oficios de la casa y cuidar de los niños las veces y por el tiempo que sea necesario para que su esposa descanse, tenga tiempo a solas con Dios y, de vez en cuando, salga de paseo unas horas. Él puede tomar responsabilidad por los errores de ella. Nunca debe criticarla en público, sino tratarla con cortesía. Debe decirle las muchas cualidades que aprecia de ella. No hay nada que mejore la intimidad del matrimonio como tratarse con amabilidad durante todo el día.
La esposa debe obedecer a su marido cristiano con alegría. Nunca debe darles a entender a sus amigas o hijos que no está de acuerdo con su esposo, incluso si ese es el caso. Debe estar siempre al lado de su marido con amor y lealtad inquebrantable.
Se ha dicho que lo único que podemos llevarnos al cielo son los hijos, pero en un sentido también podemos llevarnos a nuestra pareja. No como cónyuge, sino como un alma que hemos ayudado a ganar para Cristo. Ojalá que ella sea una mejor cristiana por haber vivido la mayor parte de la vida contigo. Así la habrás acompañado en el camino hacia Cristo.
Mateo 22:30 dice que “en la resurrección ni se casarán ni se darán en casamiento”. En esto puedes estar seguro de dos cosas. Las relaciones allá serán superiores a las que jamás puedes experimentar en el matrimonio aquí en la tierra. El versículo no impide que goces del cielo con quienes en esta tierra compartes el compañerismo y las relaciones que honran a Dios.
Ama, estima, provee y cuida; sé paciente, benigno y bondadoso; vive en paz; deja a todas las demás y consérvate solo para tu pareja. El matrimonio no tiene precio aquí en este mundo, y lo mejor es que las relaciones que honran a Dios continuarán durante toda la eternidad.
* * * * *
El texto bíblico ha sido tomado de la versión Reina-Valera © 1960 Sociedades Bíblicas en América Latina; © renovado 1988 Sociedades Bíblicas Unidas. Usado con permiso.