¿Qué es la crianza bíblica de los hijos? ¿Cómo se logra desempeñarla? ¿Cuál es el camino en que el niño debe andar? ¿Por qué la crianza bíblica es tan duradera? Y, para expresar el anhelo de cada padre cristiano, ¿será posible asegurar que cada niño siga el camino de Dios?
El libro de Proverbios enseña así a los padres: “Instruye al niño en su camino, y aun cuando fuere viejo no se apartará de él” (Proverbios 22:6).1 Proverbios, aunque es un libro de verdades generalizadas y no de leyes, sin duda expresa la sabiduría de Dios. A pesar de que este proverbio no es una garantía de que la crianza fiel de los hijos resulta siempre en su salvación, es un hecho que la instrucción bíblica es el camino más seguro.
¿Qué es la crianza bíblica de los hijos? ¿Cómo se logra desempeñarla? ¿Cuál es el camino en que el niño debe andar? ¿Por qué la crianza bíblica es tan duradera? Y, para expresar el anhelo de cada padre cristiano, ¿será posible asegurar que cada niño siga el camino de Dios?
Las Escrituras nos dan las respuestas a estas preguntas, y muchas más. Debemos interpretar la Biblia con las Escrituras mismas para descubrir nuestras responsabilidades como padres y aprender a cómo “instruir al niño en su camino”.
En la actualidad, el tema de la crianza de los hijos surge a menudo. De hecho, es uno de los temas que los cristianos más desean dialogar. ¿Habrá peligro en enfocar demasiado este tema? En realidad no, si como padres nos interesa aprender a hacer la voluntad de nuestro Padre (Juan 7:17).
El mundo de hoy ha desechado la fuente y el libro de la sabiduría. Su concepto de la crianza de los hijos produce fruto amargo: hijos rebeldes, juventud delincuente, violencia en las escuelas públicas y más encarcelados. Cada vez más, la insensatez de los expertos se evidencia en el área de la crianza. Un buen porcentaje de los mismos consejeros ha fracasado en el matrimonio y en la crianza de sus hijos. Muchos de los llamados sabios según el mundo no tienen las respuestas para las preguntas más sencillas de la vida.
La sociedad se ha apartado tanto de los fundamentos judeocristianos que muchos padres en la actualidad no han sido enseñados ni pueden enseñar temas tan básicos como el temor del Señor. Muchos creen la doctrina humanista de que el ser humano es bueno por naturaleza y, por tanto, confunden el castigo corporal con el abuso.
Muchos padres hoy día les dan a sus hijos todo lo que desean sin exigirles responsabilidad (1 Reyes 1:6). Optan por tener pocos hijos para poder darles las mejores oportunidades materiales, tales como pagar sus gastos universitarios. Aunque lo hacen con las mejores intenciones, esta no es la crianza que equipa a los hijos para enfrentar la vida. No los prepara para contribuir a la sociedad, en vez de ser carga, ni para relacionarse bien con los demás.
Los niños nacen con la naturaleza pecaminosa y, hasta que lleguen a la edad de responsabilidad personal ante Dios, necesitan de la misma crianza que se practicaba en el Antiguo Testamento. Necesitan que se les aleje su necedad innata con la vara de la corrección (Proverbios 22:15). Necesitan padres que les inculquen los valores sociales y espirituales básicos que los llevará a ser ciudadanos ejemplares que son “sabios para la salvación” (2 Timoteo 3:15).
Es el derecho de cada niño que se le enseñe acerca de Dios y se encamine a una relación con él. Pero el hijo que se cría según los conceptos modernos no goza de este privilegio. Más bien, entiende muy poco de Aquel que lo creó y menos de cómo relacionarse con él. Y muchos padres descubren demasiado tarde que han criado hijos “sabios para hacer el mal, pero hacer el bien no supieron” (Jeremías 4:22). Por tal razón, hoy en día existe una “generación que maldice a su padre y a su madre no bendice (…) no se ha limpiado de su inmundicia (…) cuyos ojos son altivos (…) cuyos dientes son espadas, y sus muelas cuchillos” (Proverbios 30:11-14).
Ninguno de nosotros es un padre perfecto ni ha criado hijos perfectos. Cada niño nace con una naturaleza pecaminosa al igual que sus padres. De todas las responsabilidades del hogar, la que más nos humilla puede ser la crianza de los hijos, porque cuando ellos se portan mal, sentimos vergüenza, y cuando sirven fielmente al Señor, sabemos que lo hacen a pesar de nuestras flaquezas.
Al considerar la inmortalidad de las almas de nuestros hijos y el potencial que tiene nuestra crianza para influir en su destino eterno, sentimos nuestra insuficiencia y clamamos a Dios pidiendo sabiduría. Sin su obra de gracia en nuestra vida y la de nuestros hijos, nuestros mejores esfuerzos fracasarán.
Los padres egoístas que se preocupan más por su reputación que por el bien de sus hijos son inconstantes al disciplinar y son más estrictos cuando sus hijos los humillan frente a los demás. Los padres orgullosos intentan enseñar a sus hijos según ellos mismos desean presentarse al mundo y no conforme a la imagen de Dios. Los padres con verdadero amor y humildad buscan el bien eterno del hijo y entienden que el único logro de su vida que durará por la eternidad es encaminar a las almas a una eternidad con Dios. No hay logro en esta vida que compense por el hogar desintegrado.
Efesios 6:4 advierte a los padres del peligro de provocar a ira a sus hijos. Evidentemente, en los días del apóstol Pablo, al igual que hoy, era muy común que los padres por su carnalidad y egocentrismo pusieran obstáculos delante de sus hijos y provocaran malas reacciones en ellos. Sin embargo, es de suma importancia no provocarlos a ira. Tu hijo enfrentará suficientes influencias hacia el mal en este mundo. Tú eres la persona en quien debe poder confiar; no lo guíes por mal camino. No puedes guiarlo por un camino con tus palabras si tus actitudes y ejemplo lo conducen por otro.
Tus hijos son hijos de Dios. No los incites en ninguna manera a desear el mundo y así seguir al diablo. Ninguno puede culpar a sus padres por sus malas decisiones, pero Jesús advirtió en contra de hacer tropezar a los hijos: “Y a cualquiera que haga tropezar a alguno de estos pequeños que creen en mí, mejor le fuera que se le colgase al cuello una piedra de molino de asno, y que se le hundiese en lo profundo del mar” (Mateo 18:6). Darás cuenta a Dios por todo lo que hagas en esta vida, pero especialmente por la influencia que ejercites sobre tus hijos.
La parte más importante de este estudio es la última parte del versículo: “Criadlos en disciplina y amonestación del Señor”. Dios quiere que impartamos valores a sus vidas de tal modo que cuando sean mayores sea imposible que se aparten de ellos.
El paso del tiempo no borra la educación que fielmente les has dado a tus hijos. Hay otras maneras de aprender buenos modales y buena conducta para los que no fueron educados correctamente, pero es más difícil. Además, el que fue criado desde niño según los conceptos bíblicos no puede deshacerse de ellos. Incluso si se rebela o descuida la autodisciplina, su crianza lo persigue.
Puedes acercarte a cualquier anciano, por perverso que parezca, y llamarle la atención de acuerdo con su crianza, y se pondrá incómodo. Aunque se haya descarriado, su crianza no se ha apartado de él. Su respuesta a tus ruegos manifiesta que todavía la tiene grabada en su conciencia.
Como padres tenemos una gran oportunidad de desarrollar el carácter y la conciencia de nuestros hijos. Es una oportunidad por la cual le darás cuentas a Dios. ¿Cómo podemos enseñar y entrenar a nuestros hijos según la imagen de Dios? ¿Cómo podemos saber que no estamos fracasando completamente?
Dios sabe que nos faltará sabiduría, así que te encomienda la materia prima más sencilla y moldeable: el recién nacido que es tierno y lo más fácil de amar. Luego crece hasta ser un niño inocente que te cree y te imita en todo. Te pide: “Cuénteme una historia, mami” o “Papi, enséñeme a leer”. Cualquiera puede enseñar al que tiene esta actitud. Luego ya adolescente te dice: “No entiendo; explíqueme” o “Tengo miedo. ¿Qué debo hacer?”. Te está pidiendo que le enseñes. Debes aprovechar estas oportunidades tempranas para poner un buen fundamento en su vida.
El padre que ha establecido su autoridad no necesita mostrarles a los demás que está a cargo de su familia. Pocas veces le es necesario educar a su hijo en público. Al contrario, es lento para hacer un escándalo delante de otros cuando el niño comete un error. Aun así, cualquiera que conoce al hijo entiende lo que representa su padre. Y más importante aún, el hijo lo entiende. Cuando desobedece, sabe lo que le espera en casa, porque ha cometido un error y bien conoce las consecuencias, porque el padre es consecuente en su manera de disciplinar.
Sentirte seguro con tu autoridad implica tener el concepto correcto de quién eres, quién es tu hijo y cómo impactan las Escrituras tu relación con tu hijo. Significa entender que: 1) tu hijo nació inocente, pero con la naturaleza pecaminosa, 2) Dios te delegó autoridad y eres responsable de entrenar, disciplinar e instruir a tu hijo en el camino en que debe andar, 3) la Palabra de Dios es verdad (Juan 17:17) y que todo lo que enseña sobre la crianza de los hijos es eficaz. Se encuentran en ella todos los principios que necesitas sobre la crianza de tus hijos. Vas a necesitar de hermanos fieles que te ayuden a aprender cómo aplicar dichos principios y podrás aprovechar los consejos de muchos libros.
Sobre todo, debes estar convencido de que necesitas la verdad de la Biblia para ayudarles a tus hijos a superar su naturaleza pecaminosa y prepararlos para que le rindan cuentas a Dios. Sentirte seguro en tu autoridad no significa ser confiado ni te da motivo de abusar de tu autoridad. Más bien, significa estar convencido de lo que Dios ha dicho: que te ha encomendado esta obra y te ha delegado la autoridad necesaria para cumplirla con éxito. Al desempeñarla fielmente, estarás cada vez más convencido de que sus métodos son eficaces para criar a tus hijos.
Debes ser muy consecuente en la crianza de tus hijos. Esto quiere decir que 1) las reglas son constantes, 2) cada niño siempre entiende lo que se espera de él, 3) siempre disciplinas por las infracciones de las reglas, pero no te enojas ni lo regañas por los errores inocentes y 4) siempre escoges un castigo apropiado para cada ofensa. Toma nota de la palabra siempre; significa ser consecuente y predecible. No es decir que nunca va a ser necesario cambiar una regla o quizás eliminar alguna. Solo debes explicarle a tu hijo el cambio y luego ser consecuente con lo que se ha establecido.
Miremos más de cerca la palabra consecuente. Primeramente, debes ser consecuente en decidir el castigo. Por ejemplo, si tu hijo por descuido quiebra un vaso, ¿debes castigarlo de la misma manera que si miente voluntariamente? Claro que no. Segundo, debes ser consecuente con las advertencias. ¿Acaso debes regañar o castigar a tu hijo por cortar una fruta verde si nunca le habías dicho que no lo hiciera? No, eso no es consecuencia. Pero ¿qué tal si ya le habías dicho claramente que dejara madurar la fruta, pero no te hizo caso y la cortó verde? En tal caso, sí debes castigarlo. Tercero, debes ser constante en administrar el castigo. ¿Es correcto castigar a tu hijo tres veces por mentir, pero cuando miente la cuarta vez pasarlo por alto? Quizás estás demasiado cansado como para investigar el asunto. ¡No cedas ante esta tentación! Pídele fuerza y sabiduría a Dios. Puede ser que esta sea la vez que ayudes a tu hijo a vencer el mal hábito. Por otro lado, si eres inconstante, le enseñas a tu hijo que puede salirse con la suya. No lo decepciones.
Los niños aprenden de sus padres acerca de Dios. La dirección de su madre y la instrucción de su padre (Proverbios 1:8) les enseña la ley de Dios. Cuando se habla de la crianza de los hijos, tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento nos presentan principios importantes. Antes de tener la capacidad de entender su pecado delante de Dios, los niños necesitan un trato similar al que Dios le dio al pueblo de Israel en el Antiguo Testamento.
La ley era el ayo, o el tutor, que preparaba a los israelitas y los llevaba a Cristo (Gálatas 3:24). Este término también describe el papel de los padres al educar o criar a sus hijos. Así que debes preparar a tus hijos y llevarlos a Cristo. Debes encaminar a tu hijo a Cristo por medio de la disciplina consecuente y la instrucción que desarrolla el carácter de Cristo en él. Esto desarrollará en él una conciencia bien formada que reconozca la voz del Espíritu Santo cuando este lo llame.
El niño naturalmente se apega al padre que lo ama y disciplina. Él entiende el amor mucho antes de que conozca la palabra. A través de la disciplina adecuada a temprana edad, el niño aprende la seguridad de los límites mucho antes de que entienda lo que son las normas. Los padres deben ser constantes en amar y proveer para las necesidades de su niño y ser consecuentes en disciplinar con ternura y firmeza cuando el niño se enoja. De esa manera, el niño aprende algo del carácter de Dios. Dios es amor y lo cuida. Ha establecido reglas. Recompensa lo bueno y castiga lo malo de manera consecuente.
Ahora bien, como humanos somos limitados en nuestra capacidad de imitar a Dios. El niño de cuatro años todavía puede pensar que eres omnisciente, que papi lo sabe todo o, si mami lo dijo, no hay argumento. Pero como a los cinco años, él empieza a sospechar que no lo sabes todo. También a esa edad comienza a comprender lo que le enseñas de Dios: qué tan grande es el Creador omnisciente, todopoderoso, omnipresente y soberano al que le dará cuenta algún día. El niño entiende, porque antes de que pudiera razonar y defenderse, conoció a alguien con cierta semejanza; que por lo menos jugaba ese papel tan importante.
Si bien su mente en desarrollo rápido tiene cierto conocimiento intelectual de Dios, es necesario que el carácter de Dios se grabe en él por medio de la disciplina corporal. Además de la enseñanza verbal, la crianza incluye la disciplina. Entrenar al hijo exige que seas consecuente en la enseñanza y la disciplina.
Ahora volvamos al versículo clave: “Criadlos en disciplina y amonestación del Señor”. Amonestar significa enseñar con consecuencia y fervor. Primero la disciplina, luego la enseñanza.
Como padres sabemos que es necesario que nuestro hijo preste atención para poder enseñarle algo. La disciplina capta su atención y crea el ambiente en que puede aprender. La disciplina es más que el castigo corporal; incluye orden, puntualidad e incluso el aseo personal. El ejército exige que los uniformes estén planchados y las botas lustradas como parte integral de su disciplina. Claro, los objetivos para la crianza de los hijos y su desarrollo son distintos, así que el modo de disciplinar también será distinto. Sin embargo, algunos de los principios básicos son iguales a los del ejército. En ambos casos es necesario que haya órdenes claras, disciplina consecuente y un ambiente que inspira el máximo esfuerzo.
Los niños bien disciplinados crecen rápidamente en lo intelectual y en los buenos modales. Asegúrate de que crezcan también en el conocimiento de la Biblia y la sabiduría de Dios. Mantén vivo el culto familiar. Insiste en que tus hijos estudien bien la lección de la escuela dominical y memoricen los versículos. Insiste en que se esfuercen en sus estudios académicos. Aprovecha las oportunidades para enseñarles lecciones de la creación y la vida cotidiana: la belleza de la naturaleza, el orden del universo, los efectos del pecado sobre la creación, los efectos del diluvio, etc. Si tienen la edad suficiente, enséñales por qué el delincuente fue encarcelado y por qué se inclinó hacia el crimen. Puedes enseñarles por qué algún conocido se suicidó. Para toda edad hay lecciones apropiadas.
Los hijos bien disciplinados aprenden y entienden rápidamente lo que deben saber de su sexualidad y el plan de Dios para esta. Se les debe enseñar esta información poco a poco según su comprensión y madurez, y siempre basada en los morales bíblicos. Debes enseñarles a distinguir entre lo bueno y lo malo. Enséñales a tus jóvenes de manera práctica. No es tan difícil explicar por qué no quieres que pasen tiempo innecesario en el pueblo o con amigos que no tienen convicciones. Debes enseñarles de los peligros de la música mundana y ayudarles a protegerse del contenido digital inmoral.
Dios creó al hombre varón y hembra. Hizo una mujer de la costilla del hombre y se la presentó al hombre. Ella fue el regalo de Dios al hombre; no fue Satanás quien se la dio. El mundo ha pervertido tanto este don de Dios que puede causar confusión en este punto. Pero todos debemos recordar que el diablo siempre es un engañador. Enséñales a tus hijos que el estándar de pureza establecido por Dios es el único camino a la realización y la felicidad.
Quiero recalcar la importancia de comenzar a educar desde edad temprana. “El que detiene el castigo, a su hijo aborrece; mas el que lo ama, desde temprano lo corrige” (Proverbios 13:24). Nunca es necesario ser cruel, especialmente al corregir a un bebé. Muchas veces basta con sujetarlo con firmeza. Una ligera palmada en la pierna puede ser suficiente para controlarle el enojo. Lo mejor de esto es que si comienzas temprano con medidas leves de corrección consecuente, no tendrás que corregir demasiado cuando el niño tenga seis años y quizás ni tendrás que usar de medidas más drásticas cuando tenga doce. Comienza desde temprano.
No criarás hijos perfectos, porque no eres perfecto, pero si sigues las enseñanzas bíblicas acerca de la crianza, te sorprenderás al ver la obra que Dios haga en tus hijos. Amigo, los principios bíblicos funcionan; créelo. No esperes hasta que tengas cuarenta o sesenta años para lamentar el hecho de no haber seguido el plan de Dios. No, hermano; cree a Dios y obedece hoy.
Reflexiona sobre los siguientes pasajes de las Escrituras y deja que Dios te hable. Luego créelos y obedécelos.
“Por otra parte, tuvimos a nuestros padres terrenales que nos disciplinaban, y los venerábamos ¿Por qué no obedeceremos mucho mejor al Padre de los espíritus, y viviremos?” (Hebreos 12:9). La disciplina consecuente produce reverencia y respeto.
“Porque yo sé que [Abraham] mandará a sus hijos y a su casa después de sí, que guarden el camino de Jehová, haciendo justicia y juicio, para que haga venir Jehová sobre Abraham lo que ha hablado acerca de él” (Génesis 18:19). ¿Quieres recibir la bendición de Dios? Dirige a tus hijos en el camino de Jehová.
“Yo le seré a él padre, y él me será a mí hijo. Y si él hiciere mal, yo le castigaré con vara de hombres, y con azotes de hijos de hombres” (2 Samuel 7:14). Ser padre incluye disciplinar a los hijos.
“Castiga a tu hijo en tanto que hay esperanza; mas no se apresure tu alma para destruirlo” (Proverbios 19:18).
“La necedad está ligada en el corazón del muchacho; mas la vara de la corrección la alejará de él” (Proverbios 22:15).
“No rehúses corregir al muchacho; porque si lo castigas con vara, no morirá. Lo castigaras con vara, y librarás su alma del Seol” (Proverbios 23:13-14). Castigar con la vara no incluye al maltrato de los hijos, pero sí es necesario castigar con una vara.
“La vara y la corrección dan sabiduría; mas el muchacho consentido avergonzará a su madre” (Proverbios 29:15).
“Corrige a tu hijo, y te dará descanso, y dará alegría a tu alma” (Proverbios 29:17).
Dios te da un bebé hermoso, tierno e impresionable para que lo moldees, pero recuerda que tiene la naturaleza pecaminosa. Corrige a tu hijo. Si sigues las instrucciones del Creador, lo puedes corregir. No es irremediablemente defectuoso. Te dará descanso en tu vejez. Hasta te dará descanso durante los años más difíciles de la crianza de tus hijos. Es una promesa de Dios.
Los errores de la psicología moderna se manifiestan a menudo en los comentarios: “¿Qué? ¿Tienes seis hijos? ¡Mis dos hijos me vuelven loco!”
¡Es verdad! Corrige a tu hijo y te dará descanso. Cuando sigues el plan de Dios, sea en la crianza de los hijos o en cualquier otro aspecto de la vida, hallarás descanso. Tendrás paz y seguridad en un mundo turbulento e inestable. Tendrás descanso frente a la oposición y tentación. Tendrás descanso en la vida personal y en el hogar. La clave es seguir el plan de Dios.
~Dallas Witmer