La cura de Dios para el alcoholismo

La cura que Dios ofrece hace mucho más que controlar la sed de alcohol. La cura de Dios seca la fuente de la problema: un corazón pecanimoso enviciado al pecado y al diablo.

Durante muchos años, William decía: “El alcoholismo no tiene cura”. Hasta el día que él se encontró con Jesucristo. Habiendo vivido tantos años de fracasos y remordimientos, buscó la ayuda de Jesús. William halló la libertad verdadera y encontró un propósito para su vida. Él halló que Jesús es la cura de Dios para el alcoholismo.

Hay esperanza

La palabra de Dios asegura que muchos alcohólicos han sido librados de sus borracheras: “Y esto erais algunos; mas ya habéis sido lavados, ya habéis sido santificados, ya habéis sido justificados en el nombre del Señor Jesús, y por el Espíritu de nuestro Dios” (1 Corintios 6:11). Ellos experimentaron la cura de Dios para el alcoholismo. Desde eso, muchos alcohólicos adictos y desesperados han experimentado la liberación completa a través de la obra del Espíritu Santo de Dios en su corazón.

La cura

Jesús vino a salvarnos de nuestros pecados. Él venció cada tentación sin pecar alguna vez. Siendo inocente, murió para lograr el perdón de nuestros pecados. Resucitó de la tumba, demostrando así su poder sobre la muerte, el pecado, y Satanás. Al compartir Jesús su poder con nosotros, podemos también vencer el pecado. Jesús volvió a su Padre en el Cielo, y envió su Espíritu a liberar las almas derrotadas.

   La cura que Dios ofrece hace mucho más que controlar la sed de alcohol. La cura de Dios seca la fuente del problema: un corazón pecaminoso enviciado al pecado y al diablo. Jesús venció a Satanás, y está presto para librarte a ti de Satanás el enemigo de tu alma. ¿Permitirás que Jesús te libre de la esclavitud de Satanás?

   Por fe en Cristo Jesús, puedes terminar con el pecado y convertirte en una nueva persona con una nueva perspectiva de la vida, con nuevos apetitos y con nuevos propósitos.

El método

   Debes reconocer tu completa incapacidad. Muchos alcohólicos piensan que de algún modo, en algún tiempo y de alguna forma lograrán tomarse sólo un trago o abstenerse del todo cuando así lo deseen. No creas esa mentira de Satanás.

  1. ¿Deseas reconocer tu estado verdadero? ¿Será que el alcohol es tu problema mayor o es TU mismo? Dios te librará cuando tú no sólo clamas arduamente por ser librado de tu alcoholismo, sino también de todos tus deseos pecaminosos. Él siempre acude a las personas que reconocen su estado miserable y que con sinceridad claman: “¡Dios, ten misericordia de mí, un pecador!”
  2. Dios ofrece librar a los que se arrepienten de su rebeldía. Cuando entregas a Dios tu terca voluntad y cualquier derecho a dirigir tu propia vida, cuando permites que el Espíritu de Dios te dé un pesar verdadero por tu pecado, encontrarás también un deseo sincero de vivir una vida nueva. Así Dios comienza su transformación en ti. Dios dice: “Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados, y recibiréis el don del Espíritu Santo” (Hechos 2:38). ¡Qué promesa! ¡Qué regalo!
  3. “Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo” (Hechos 16:31). Jesús dijo: “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí” (Juan 14:6). No creas en ti mismo. Pon toda tu confianza en Jesucristo. Toma del agua de la vida que él te ofrece (Juan 4:14), y él promete satisfacer la sed de tu alma.
  4. Abre tu corazón a Jesucristo y recíbelo en tu vida. Si Cristo vive en ti por su Espíritu, podrás decir con el apóstol Pablo: “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece” (Filipenses 4:13).
  5. Confiesa a Jesús como tu Señor y Salvador.Cuéntales a otros que el Salvador te ha librado, que él dirige tus pasos a una nueva vida de libertad. Tu testimonio distanciará a los que, burlándose de Jesús, buscan desanimarte.
  6. Aléjate de todas las influencias que te pueden desanimar. Diles a tus viejos amigos que servirás a Cristo. Invítalos a que te acompañen, pero si se te oponen, evita su compañerismo. Aléjate del licor y los bares. Evita cualquier cosa que debilita tu defensa. El sabio Salomón dijo: “No mires al vino cuando rojea… al fin como serpiente morderá” (Proverbios 23:31–32). “Por lo cual, Salid de en medio de ellos, y apartaos, dice el Señor, y no toquéis lo inmundo; y yo os recibiré, y seré para vosotros por Padre, y vosotros me seréis hijos e hijas, dice el Señor Todopoderoso” (2 Cor. 6:17–18).
  7. Acércate a otros creyentes fieles que aman a Jesús y obedecen su palabra. “Los que recibieron su palabra fueron bautizados… y perseveraban en la doctrina de los apóstoles, en la comunión unos con otros, en el partimiento del pan y en las oraciones” (Hechos 2:41–42). He aquí la cura de Dios para la soledad y el aburrimiento que tantas veces llevan a las personas a tomar licor. Únete en compañerismo feliz con cristianos genuinos y comparte con ellos lo más posible. Ayuda a quien puedas y permite que otros te ayuden a ti.
  8. Deléitate en la presencia del Señor y en su palabra. Pídele a Dios que te dé hambre y sed de su verdad. Cree que el Espíritu Santo te puede ayudar a comprender la Biblia y obedecer de inmediato lo que Dios te pide hacer.
  9. Esfuérzate en ayudar a personas alcohólicas. Recuerda cómo Dios te rescató. Al ver tu modo de resistir a la tentación, nacerá en ellos la esperanza de ser librados también.
  10. Haz todo lo posible por advertirles a los jóvenes respecto a los peligros del alcohol. Da tu testimonio. Llama la atención a las enseñanzas bíblicas: “Despertad, borrachos, y llorad; gemid, todos los que bebéis vino” (Joel 1:5). “El bebedor y el comilón empobrecerán” (Proverbios 23:21). “¿Para quién será el ay... el dolor... las rencillas... las quejas... las heridas en balde... lo amoratado de los ojos? Para los que se detienen mucho en el vino, para los que van buscando la mistura” (Prov. 23:29–30). “El vino es escarnecedor, la sidra alborotadora, y cualquiera que por ellos yerra no es sabio” (Prov. 20:1).

¡La cura de Dios se ofrece con seguridad a todos! Jesús mismo prometió: “Así que, si el Hijo os libertare, seréis verdaderamente libres” (Juan 8:36).

~Clarence Fretz, adaptado

 

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