Mientras escribo esto, el mundo se tambalea por el COVID-19, también conocido como coronavirus. Mi esposa y yo nos encontrábamos a 4.000 kilómetros de casa cuando golpeó la crisis. En un mes, ya no era el problema de un país, sino que se había convertido en una amenaza mundial.
Cuando tu mundo
se derrumba
Mientras escribo esto, el mundo se tambalea por
el COVID-19, también conocido como coronavirus.
Mi esposa y yo nos encontrábamos a 4.000
kilómetros de casa cuando golpeó la crisis. En un
mes, ya no era el problema de un país, sino que se
había convertido en una amenaza mundial.
También se había convertido en una amenaza
personal. Por razones de salud, estoy en el
segmento más vulnerable frente a una pandemia.
De repente, volver a casa se había vuelto mucho
más peligroso.
La amenaza
En todo el mundo, la crisis ocasionada por el
COVID-19 continúa en desarrollo, y millones
de personas sienten el impacto. Y mucho
después de que la pandemia disminuya, las
repercusiones económicas y políticas del
COVID-19 continuarán.
La calamidad no es nada nuevo para este mundo.
Casi todos han oído hablar de la peste negra y la
gripe española. El COVID-19 es solo laúltima en una lista de epidemias similares. Y en
el futuro enfrentaremos otros desastres: algunos
personales; otros más extendidos. Algunos
podrían ser de alcance global. Así es la vida.
Tu respuesta
Entonces, ¿cómo respondes frente a una
calamidad? ¿Tienes miedo o enojo? ¿Te sientes
desilusionado? Si este es tu caso, no eres el único.
La verdad es que vivimos en un mundo
estropeado por el pecado. Deberíamos esperar
accidentes, calamidades y enfermedades,
aunque no lo esperamos. La verdad es que a
menudo estos nos toman por sorpresa. Y en
esos casos, nuestra tendencia es culpar a otros,
al gobierno, a otros países, o incluso a Dios.
Por supuesto, culpar a otros no corrige nada.
No prestes atención a las teorías conspirativas
y las mentiras que llenan las redes sociales.
Estas no hacen más que alimentar el miedo que
quiere controlarnos. Culpar a Dios es aun peor.
Dios no está obligado a darnos explicaciones,
y rara vez lo hace. Podemos apretar los puños,
sacudirlos al cielo y exigir respuestas: “¿Por qué?
¿Por qué?” Pero eso no perturba a Dios.
Por otra parte, Dios no es indiferente a nuestras
calamidades; su corazón se conmueve frente a
nuestro sufrimiento. No obstante, en su
conocimiento infinito, él sabe que necesitamos
sanidad espiritual aun más que sanidad física.
La sanidad espiritual que él ofrece a través de
Jesús hace que tus problemas físicos se vuelvan
tolerables.
Cuando nos encontramos con Dios de la
manera que él ha prescrito, la sanidad comienza
a suceder. Nuestra perspectiva de la vida y la
muerte cambia, y nuestras prioridades también
cambian. Comenzamos a entender que el
dinero y las posesiones nunca nos traerán paz.
Esperanza en Dios
La historia nos cuenta de personas que han muerto
en mazmorras húmedas y frías con un canto de
alabanza en sus labios. Otros han alabado a Dios
mientras han sido torturados hasta la muerte.
Incluso otros, en tiempos de guerra o dificultades
extremas, han arriesgado su vida para ofrecer
esperanza y sanidad en el nombre de Cristo.
¿Cómo puede alguien vivir tales niveles de
abnegación? Eso es lo que sucede cuando le
entregas tu vida a Dios y te comprometes a vivir
según sus propósitos. La esperanza, la paz y el
amor de Dios llenan el corazón. La esperanza
que proviene de Dios hace que la vida se vuelva
tolerable y valga la pena.
¿Deseas una esperanza como esta en tu corazón?
¿Una esperanza que te dé paz incluso cuando
tu mundo se derrumba y pierdes tu trabajo o
tu hogar? ¿Una esperanza que te dé paz frente
a la enfermedad o incluso la muerte? Jesús dice:
“Estas cosas os he hablado para que en mí tengáis
paz. En el mundo tendréis aflicción; pero confiad,
yo he vencido al mundo” (Juan 16:33).
El rey David escribió:
Aunque ande en valle de sombra de
muerte, no temeré mal alguno, porque tú
estarás conmigo; tu vara y tu cayado me
infundirán aliento (Salmo 23:4).
Jesús dice:
Venid a mí todos los que estáis trabajados
y cargados, y yo os haré descansar. Llevad
mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí,
que soy manso y humilde de corazón; y
hallaréis descanso para vuestras almas
(Mateo 11:28-30).
Amigo, ningún otro dios, ninguna otra
disciplina espiritual, ninguna otra filosofía, ni
ninguna cantidad de dinero pueden darte este
tipo de seguridad. Solo si aceptas la invitación
de Jesús estarás verdaderamente preparado
para enfrentar la vida o la muerte.
¿Estás preparado?
Personalmente, estoy tratando de asimilar el
hecho de que podría no estar aquí cuando la
vida vuelva a la “normalidad”. Sin embargo, la
muerte no es lo peor que puede pasar, si estás
preparado.
¿Estás preparado? Ahora es el momento de
pensarlo y prepararse. Lee nuevamente la
invitación de Jesús y dile que quieres servirle.
Hazlo ahora.
—Lester Bauman