Bienvenido a Una mano amiga, una revista cristiana cuyo propósito es servir a tu comunidad. Nuestra meta es ofrecer soluciones bíblicas para los problemas que nuestra sociedad enfrenta hoy.
Una mano amiga
Publicación #22
Bienvenido a Una mano amiga, una revista cristiana cuyo propósito es servir a tu comunidad. Nuestra meta es ofrecer soluciones bíblicas para los problemas que nuestra sociedad enfrenta hoy.
Sección para jóvenes
Las relaciones
Contenido:
El hogar cristiano . . . . . . . . .El hogar cristiano: ¿Qué lo puede sustituir?
¿Qué dice la Biblia? . . . . . . . . . ¿A quién le pertenece?
La Biblia frente a la ciencia . . . . . . . . . . . . . . El pecado acorta la vida
El mundo de hoy . . . . . . . . . . . . . . . . . . . La generación perdida
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Roger Berry, Editor
2256 West Dry River Rd.
Dayton, Virginia 22821 EE. UU.
Traducido de Reaching Out por Maná Digital
Publicación #22 (Corresponde a la #102 en inglés)
El texto bíblico ha sido tomado de la versión Reina-Valera © 1960 Sociedades Bíblicas en América Latina; © renovado 1988 Sociedades Bíblicas Unidas. Usado con permiso.
Editor: Roger L. Berry
Directiva: Joe Weirich, Wayne Miller, James Yoder, Clay Zimmerman
Escritores: James Yoder, Elvin Stauffer, Clay Zimmerman, Roger L. Berry
Revisores: Glenn Kilmer, Lewi Graber
—Dallas Witmer
Si tuvieras la oportunidad de empezar tu vida de nuevo, ¿la aprovecharías? Si nacieras de nuevo, ¿desearías tener una mejor apariencia o padres más adinerados? ¿Harías diferente las cosas en tu juventud para asegurar un mayor éxito en tu vida?
En cierta ocasión, Jesús le dijo a un hombre: “Os es necesario nacer de nuevo”. Sin embargo, Jesús no se refería al aspecto físico del hombre, ni a su posición social; tampoco estaba criticando su religión. Cuando el hombre le pidió que explicara lo que quería decir con “nacer de nuevo”, Jesús dijo: “Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es” (Juan 3:6).
Nacemos de manera natural una vez. El cuerpo que heredamos de nuestros padres nos permite vivir en este mundo material. Sin embargo, en lo espiritual, nada de lo que recibimos de nuestros padres por nacimiento nos capacita para disfrutar la vida en armonía con nuestro Creador, ni relacionarnos de manera correcta con otros, ni aun con nosotros mismos. Para alcanzar nuestro mayor potencial de “entrar en el reino de Dios”, debemos nacer de Dios por medio del Espíritu Santo. Un completo mundo nuevo nos espera cuando nacemos de nuevo. No es la vida nueva que nos soñamos con buena apariencia, dinero y fama, sino un mundo real de comunión con Dios, compañerismo en su iglesia (el reino del cielo) y relaciones satisfactorias en un mundo poco satisfactorio.
Jesús utilizó términos generales. “El que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios”. Comprender esta profunda necesidad personal es el primer paso para alcanzar la vida espiritual. La verdad es que todos necesitamos nacer de nuevo.
¿Por qué mata el homicida? Porque no ha nacido de nuevo. ¿Por qué hay hombres que engañan a sus esposas? ¿Por qué hay madres que abandonan a sus hijos? Porque necesitan nacer de nuevo. ¿Por qué la gente se aprovecha de otros o no paga los impuestos, conduce agresivamente o se alimenta de la pornografía? Porque no ha nacido de nuevo. ¿Por qué algunos que predican la alta moralidad y profesan ser religiosos hacen cosas que asustan aun al pecador? Tales personas también necesitan nacer de nuevo. Algunos que han nacido de nuevo vuelven a sus viejos hábitos, como la puerca lavada que vuelve a revolcarse en el cieno (2 Pedro 2:22). Obviamente, el término “nacido de nuevo” aplica únicamente a quienes, por medio del Espíritu Santo, continúan viviendo esa nueva vida que el Espíritu comenzó.
Dios pide una decisión deliberada de rendirnos total y absolutamente a su control. Él entonces da nuevo nacimiento y vida nueva a su hijo. Podemos empezar de nuevo. El resto de nuestros días los podemos vivir a un nivel más alto. La respuesta a nuestra búsqueda de sentido y satisfacción en la vida siempre será: “Os es necesario nacer de nuevo”.
—Elvin Stauffer
“He aquí que todas las almas son mías; como el alma del padre, así el alma del hijo es mía; el alma que pecare, esa morirá” (Ezequiel 18:4).
Cuando el hombre dejó la perfección en la cual fue creado “a imagen de Dios”, su vida fue acortada a unos mil años. Hoy, podemos llegar a vivir aproximadamente a los cien años. Pocas personas pasan de los cien años. La persona más longeva en los tiempos modernos llegó a los 122 años, y falleció en 1997. También cabe destacar que las personas que llegan a los cien años no disponen de ninguna dieta constante ni fórmula para afrontar el envejecimiento.
El problema del hombre de envejecer y morir ha llevado a mucho estudio, experimento y viaje. Un explorador antiguo de las Américas, Juan Ponce de León, según se cree, buscaba la “fuente de la juventud”. Se creía que esta fuente se encontraba en las Islas Bimini (en las Bahamas), y que sus aguas supuestamente convertían a los ancianos en jóvenes. En vez de hallar la isla, Ponce de León halló la actual Florida, lugar que se relaciona con la fuente imaginaria, la fuente de la juventud.
Dios creó al hombre para que viviera para siempre en el paraíso que él le había preparado (Génesis 2:8). Sin embargo, cuando Adán y Eva le prestaron atención a Satanás y cayeron en desobediencia y pecado, Dios tuvo que maldecir la creación (Romanos 8:20). Dios luego les prohibió la entrada al huerto ya que, si seguían comiendo del fruto del árbol de la vida, iban a vivir para siempre en esa condición pecaminosa (Génesis 3:22-24). El hombre, al igual que toda la creación, empezó el proceso de la muerte (Romanos 8:22-23; 1 Corintios 15:22). No debemos interrogar a Dios. Él es soberano y sabe lo que es mejor para cumplir “toda justicia” (Mateo 3:15).
La muerte, que instigó Satanás, pero que inició Dios, fue un esfuerzo de mantener la justicia a través de nuevos comienzos. Un niño nace en este mundo en inocencia y con una conciencia limpia. Él también hereda la naturaleza de Adán que lo vuelve innatamente egoísta y lo inclina al mal (Salmo 58:3). Al madurar, tiene que elegir entre el bien o el mal y llega a ser culpable por su pecado. En un cuadro más grande, las culturas humanas han surgido una y otra vez, y han mostrado una gloria temporal por medio de la arquitectura y el poder militar. Sin embargo, inevitablemente, estas culturas llegan a ser viles e inhumanas, y Dios las destruye. “Si él derriba, no hay quien edifique” (Job 12:14). “A ruina, a ruina, a ruina lo reduciré (…) hasta que venga aquel cuyo es el derecho, y yo se lo entregaré” (Ezequiel 21:27).
La muerte se considera un enemigo. Jesús la derrotó en el Calvario y es el último enemigo que derrotará en la consumación de los eventos mundiales (2 Timoteo 1:10; 1 Corintios 15:24-26).
Cuando la muerte primeramente surgió como juicio por el pecado, la esperanza de vida aún era de 900 años a más. Adán vivió 930 años. Su hijo Set llegó a los 912 años, Cainán 910, Jared 962 y Matusalén murió a los 969 años. El diluvio mundial en los días de Noé en donde ocho personas fueron salvadas (1 Pedro 3:20), resultó ser un “obstáculo” de la vida útil y de la genética. Una selección limitada de una especie siempre reduce la diversidad genética.
Dios también se mostró nuevamente tolerante hacia las faltas del hombre. “Y dijo Jehová en su corazón: No volveré más a maldecir la tierra por causa del hombre; porque el intento del corazón del hombre es malo desde su juventud” (Génesis 8:21). Él puso un arcoíris en el cielo con la promesa de que no volvería a destruir la tierra con otro diluvio. Pero, en cambio, hizo (quizá por medio de cambios atmosféricos) algo para reducir considerablemente la esperanza de vida.
El hijo de Noé, Sem, vivió 600 años, Arfaxad 438, Peleg 239, y así sucesivamente hasta Abraham, que vivió 175 años. Ya para la época de Moisés, la esperanza de vida se había reducido a 70 u 80 años, un número común hoy día (Salmo 90:10).
El pecado sigue acortando la vida por medio de la ebriedad, los accidentes, las drogas, los crímenes, el suicidio o las enfermedades causadas por el pecado de la inmoralidad. Las pestes y condiciones difíciles a través de la historia han llevado a muchos a una vida corta y miserable. Desde hace años, en Pensilvania donde vivo, había muchas minas de antracita. Aquí, al igual que en Europa, los hombres vivían en condiciones míseras extrayendo carbón de los oscuros túneles. Al finalizar la semana, recibían su pago y lo gastaban en licor. Los lunes volvían a los oscuros túneles.
Se dice que había cuarenta bares en el pueblo de Williamstown. La ciudad de Mahanoy es un pueblo típico de la minería, formado por una fila de casas con una vieja mansión en el centro del pueblo. La mansión le pertenecía al cervecero, a quien le quedaba el dinero de los mineros, mientras las familias de estos sufrían las consecuencias. Los mineros padecían de una enfermedad pulmonar causada por el polvo del carbón, y muchos morían de tos a los cuarenta años. Si era mucha su desesperación, usaban dinamita en un terreno desocupado y acababan con todo. Así es la vida de quien peca sin tomar en cuenta el bienestar del prójimo.
En general, cuanto más la persona se entrega al pecado, más se le acorta la vida. Sin embargo, siempre hay los que han llevado una vida mala e injusta, y parecen no sufrir ninguna consecuencia. Job dijo: “Viven los impíos, y se envejecen, y aun crecen en riquezas (…) pasan sus días en prosperidad, y en paz descienden al Seol” (Job 21:7, 13). La ley de la retribución no siempre se cumple en esta vida.
Hoy, por medio de medicamentos ‘milagrosos’, muchas veces la esperanza de vida se ha alargado. Se dice que una tercera parte de las personas con vida hoy día habrían fallecido sin los avances médicos. En estos días, me mantengo con bastante buena salud gracias a la bondad de Dios, varias pastillas y una inyección de insulina a diario. Los científicos continúan buscando maneras de prolongar la vida. Sin embargo, estas ventajas médicas en los países más adinerados no alcanzan a los muchos pobres del mundo.
El envejecimiento es un deterioro del cuerpo que empieza con las células y el ADN. Según parece, desde que Dios desató el juicio sobre el pecado, el cuerpo quedó destinado a deteriorarse (Eclesiastés 12:1-7); (léase Salmo 139:15-16). Se descubrió que los cromosomas en las células tienen unas tapas terminales (telómeros) que se acortan con la edad. Hasta hoy, no se ha descubierto nada que prolongue la vida. Al parecer, el punto máximo que una persona puede llegar a vivir son 120 años. En la década de 1960, Leonard Hayflick determinó que las células del cuerpo no se reproducen de forma indefinida. Las células tales como las neuronas cerebrales se pierden y no se sustituyen.
En los países donde abunda la promiscuidad, como Sudáfrica, la tasa de mortalidad por el SIDA es muy alta. Una estadística dice que el cuarenta por ciento de los adolescentes no llegan a cumplir los veinte años. Millones de vidas se pierden a través del aborto. No están presentes para hablarnos, pero existe un clamor, pidiendo la justicia.
Al considerar este asunto y la edad en que Dios nos responsabiliza de nuestros pecados, llego a comprender que, por medio de la muerte, Dios lleva al cielo a la mayoría de las almas de este mundo. “Tendrás afecto a la hechura de tus manos” (Job 14:15). Satanás no gana a la mayoría de las almas. La sangre sacrificial de Jesús cubre los pecados de los niños inocentes (Marcos 10:14). Por tanto, aun en la muerte, Dios frustra el propósito que Satanás tiene de ganar para sí una parte de la raza humana. “¡Cuán insondables son sus juicios, e inescrutables sus caminos!” (Romanos 11:33).
Pero ¡ay de los que cometen estas maldades! Jesús dijo: “Cualquiera que haga tropezar a alguno de estos pequeños que creen en mí, mejor le fuera que se le colgase al cuello una piedra de molino de asno, y que se le hundiese en lo profundo del mar” (Mateo 18:6). El hombre se enaltece y por un tiempo corto se siente muy fuerte, inteligente y orgulloso de su libertad y sus logros. Sin embargo, un clamor se eleva al cielo de las víctimas de un estilo de vida acelerado y egoísta. Dios dijo de Sodoma: “Descenderé ahora, y veré si han consumado su obra según el clamor que ha venido hasta mí” (Génesis 18:21).
La misericordia y gracia sin igual de Dios se demuestra al ver que cualquier vicioso que se arrepiente y se aparta de sus pecados recibe perdón y salvación (véase Lucas 23:39-43). El apóstol Pablo también se consideró el principal de los pecadores, habiendo entregado a los cristianos a la muerte. “Palabra fiel y digna de ser recibida por todos: que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, de los cuales yo soy el primero” (1 Timoteo 1:15).
Fuentes:
La Biblia: La Palabra de Dios
Answers in Genesis, “Why do we age?” (Respuestas en Génesis, “¿Por qué envejecemos?”) noviembre – diciembre 2018
La paga del pecado es muerte
—Jim Yoder
Hace tiempo disfrutamos de una conversación con nuestro vecino. Él era profesor de la escuela pública. Aunque ya se había jubilado, respondió a la solicitud de dar una clase de matemática avanzada en el colegio local. Esta clase tan difícil no era obligatoria en el colegio. Los once jóvenes que formaban la clase se habían unido sencillamente por el desafío de aprender. Nuestro vecino, el profesor, dijo con satisfacción: “Yo recibo únicamente a los mejores alumnos”. Luego nos compartió una notable observación. Todos estos once alumnos de honor venían de hogares tradicionales con padre y madre. “No es una coincidencia”, comentó el profesor experto. “En realidad, no hay nada que pueda sustituir a un hogar tradicional.
El hogar tradicional, que consiste en padre, madre e hijos (a como Dios proporciona) donde viven y trabajan en conjunto como una unidad feliz, se ha considerado desde la antigüedad como el fundamento de la sociedad.
El potente Imperio Romano, que una vez dominó el mundo, poco a poco perdió su poder y desapareció. El historiador Edward Gibbon escribió una extensa obra maestra llamada La historia de la decadencia y caída del Imperio romano. Este escrito controversial dio varias razones que Gibbon creyó que fueron fundamentales en la decadencia del Imperio. Mencionaremos únicamente una de ellas, ya que se relaciona con nuestro tema.
Un factor primordial era que los hogares en el Imperio Romano se estaban debilitando. El adulterio, el divorcio y la homosexualidad abundaban. La promiscuidad era normal. Los niños romanos nacidos en este ambiente vil crecían sin modelos ejemplares a quienes imitar. Sencillamente siguieron las pautas de sus padres moralmente negligentes. Por tanto, la confusión no solo avanzó, sino que se profundizó. La decadencia aceleró. La sociedad romana desarrolló una dependencia del gobierno para que atendiera a sus necesidades. Cada vez más se utilizaba la economía de Roma para mantener a aquellos que no estaban dispuestos a tomar la responsabilidad de los suyos, y cada vez menos se utilizaba de la misma para ampliar las fronteras y fortificar las fortalezas. Así que el Imperio Romano, una vez fuerte y orgulloso, empezó a desvanecerse y luego a fragmentarse. El Imperio Romano cayó, no por enemigos de afuera, sino por un cáncer moral que tenía adentro.
¿Qué podemos aprender del fracaso del Imperio Romano? ¿Notas alguna semejanza entre la caída del Imperio Romano y el rumbo que lleva el mundo occidental? ¿Crees que el fin del mundo occidental será diferente al del Imperio Romano si insiste en llevar el mismo rumbo? A Joni Eareckson Tada se le atribuye la siguiente declaración aleccionadora: “Y, gradualmente, aunque nadie recuerde exactamente cómo sucedió, lo inconcebible llega a ser tolerante, y luego aceptable, luego legal, y termina siendo encomiable”. Hoy día, muchas personas del mundo occidental se escandalizan de la decadencia en los modales y morales de la nación, y se preguntan qué se puede hacer para detener la maldad.
Como creyente del Dios de la Biblia, creo que la caída del Imperio Romano de hace siglos reafirma la verdad de la Palabra de Dios. La Biblia dice: “La justicia engrandece a la nación; mas el pecado es afrenta de las naciones” (Proverbios 14:34). Otra manera de expresar este versículo sería: “Vivir de manera correcta pone en alto y expande a la nación, pero vivir incorrectamente le causa vergüenza y finalmente la debilita”. Otro versículo de la Palabra de Dios que va con esta situación se encuentra en Gálatas 6:7: “No os engañéis; Dios no puede ser burlado: pues todo lo que el hombre sembrare, eso también segará”. Al hombre le ha costado aprender que el pecado nunca trae nada bueno. El pecado es una transgresión de la ley de Dios.
Si tu hogar es una “zona de combate” lleno de amargura y caos, verdaderamente hay solución.
Como puedes ver, el Dios de la Biblia ha establecido los límites de lo que es bueno y lo que es malo. Nuestro bondadoso y buen Padre celestial estableció sus restricciones y mandamientos para nuestro bien. En la Palabra de Dios, en Amós 7, el profeta Amós tuvo una visión en la que Jehová el Señor está parado sobre el muro de la ciudad con una plomada para probar su rectitud. Los métodos modernos de construcción han reemplazado la plomada con los niveles láser sofisticados. Pero en la antigüedad se usaba una cuerda sencilla con una pesa metálica sujetada al extremo. La invariable fuerza de gravedad sobre la pesa mantenía fija a la cuerda. Esto daba un estándar preciso y fiable sobre el cual se podía construir.
Joven, ¿sueñas con un hogar feliz? Esposa, ¿deseas que tu matrimonio sea satisfactorio? Esposo, ¿deseas el respeto de tu esposa e hijos? Quizás es hora de considerar la plomada de Dios. Nos referimos a la Palabra de Dios, la Biblia. Creemos que la Biblia tiene respuestas verdaderas y precisas para el noviazgo, la durabilidad del matrimonio, el papel de la mujer en el matrimonio, el papel del hombre, la crianza de los hijos y aun el papel de los abuelos.
Si no estás contento con la condición actual de tu vida personal, encontrarás respuestas en la Palabra de Dios. Si tu hogar es una “zona de combate” lleno de amargura y caos, verdaderamente hay solución. En el pasado, multitudes de personas atribuladas se han vuelto a Dios, se han arrepentido de sus pecados, han aceptado el maravilloso perdón del Señor Jesús y han dado pasos para ajustar su vida a la Palabra de Dios, su plomada. Como resultado, vemos vidas restauradas y hogares reforzados. A cambio, estos hogares reforzados son una bendición a la iglesia local y una presencia alentadora en la nación. Dios, el gran Arquitecto, instituyó el hogar para que cumpliera al menos cinco grandes propósitos.
“Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra, y sojuzgadla” fue el mandamiento que Dios les dio a Adán y Eva al principio de la creación (Génesis 1:28). “He aquí, herencia de Jehová son los hijos” (Salmo 127:3). ¡Los hijos no son una inconveniencia social que aguantar, sino una bendición que disfrutar!
“Honroso sea en todos el matrimonio, y el lecho sin mancilla; pero a los fornicarios y a los adúlteros los juzgará Dios” (Hebreos 13:4).
Dios dijo: “No es bueno que el hombre esté solo” (Génesis 2:18). A como crece la cantidad de padres ausentes y hogares disfuncionales, también crece la cantidad de pandillas violentas. ¿Por qué? Sencillamente porque todos tenemos una necesidad de pertenencia y seguridad. El hogar debe darle a cada persona bajo su techo un sentir maravilloso de querencia, aceptación, utilidad y amor.
“Instruye al niño en su camino, y aun cuando fuere viejo no se apartará de él” (Proverbios 22:6). “Hijos, obedeced en el Señor a vuestros padres, porque esto es justo. Honra a tu padre y a tu madre, que es el primer mandamiento con promesa; para que te vaya bien, y seas de larga vida sobre la tierra.
Y vosotros, padres, no provoquéis a ira a vuestros hijos, sino criadlos en disciplina y amonestación del Señor” (Efesios 6:1-4).
El hogar pone a los hijos bajo el cuidado y la enseñanza de sus padres durante la edad más influenciable de la vida.
El apóstol Pablo, después de haber hablado del amor que existe entre esposos, siguió con estas palabras: “Grande es este misterio; mas yo digo esto respecto de Cristo y de la iglesia” (Efesios 5:32). De hecho, no conozco ningún testimonio que mejor convenza de la realidad de un Dios amoroso que está en el cielo, que el hogar cristiano feliz. El ejemplo de los miembros del hogar cristiano feliz que trabajan en conjunto es poderoso. Cuando observo un hogar cristiano feliz, siento la curiosidad de visitar su iglesia.
“El hogar cristiano: ¿Qué lo puede sustituir?” La respuesta a esta pregunta es muy enfática. “¡Nada lo puede sustituir!” Cuando faltan los hogares cristianos en la sociedad, es inminente la decadencia de la sociedad. La respuesta no se halla en más programas del gobierno. La única respuesta verdadera hoy es un avivamiento espiritual en el hogar y un regreso a la plomada de la Palabra de Dios. Por favor, presta oído al clamor de Dios en 2 Crónicas 7:14: “Si se humillare mi pueblo, sobre el cual mi nombre es invocado, y oraren, y buscaren mi rostro, y se convirtieren de sus malos caminos; entonces yo oiré desde los cielos, y perdonaré sus pecados, y sanaré su tierra”.
—Merle Ruth
Cierto pastor acababa de dar un mensaje inquietante sobre el hecho de que Dios es dueño de todo. Mientras la congregación se despedía, un miembro adinerado se acercó al pastor y lo invitó al almuerzo. El pastor, sorprendido, aceptó la invitación. Después de haber comido, su anfitrión lo llevó a dar un recorrido por su finca, orgullosamente mostrándole su ganado, sus edificios y sus campos. Luego, dirigiéndose al pastor, le preguntó:
—¿Quieres decir que yo realmente no soy el dueño de todo esto?
Después de un momento de silencio, el pastor respondió:
—Hazme la misma pregunta dentro de cien años.
El finquero se quedó pensativo. Obviamente, dentro de cien años estas cosas ya no le pertenecerían. Pero ¿no eran de él en el presente?
En su mensaje, el pastor le había dado a su audiencia esta respuesta bíblica: “De Jehová es la tierra y su plenitud; el mundo, y los que en él habitan” (Salmo 24:1).
Aunque fácilmente hablamos del terreno que “nos pertenece”, en realidad utilizamos algo que le pertenece a otro. Hablando de Canaán, se le dijo a Israel: “Jehová vuestro Dios os ha dado esta tierra por heredad” (Deuteronomio 3:18). En esa transacción, ¿será que Dios cedió su posesión de ella? No, más bien a estas mismas personas él declaró: “La tierra mía es” (Levítico 25:23). No es lo mismo poseer una tierra que ser dueño de ella. En el Nuevo Testamento, el pueblo de Dios también reconoció la diferencia entre poseer y ser dueño. “Y ninguno decía ser suyo propio nada de lo que poseía” (Hechos 4:32).
La base del derecho de propiedad de Dios aparece en la afirmación majestuosa con que empieza la Biblia. “En el principio creó Dios los cielos y la tierra” (Génesis 1:1). La tierra le pertenece a Dios por el hecho de que él la creó.
Algunas personas, aunque admiten que Dios creó el mundo al principio, ven a Dios muy distanciado para preocuparse por lo que sucede aquí hoy. A vista de ellos, la suerte de la tierra está enteramente en manos de los humanos. Sin embargo, la Biblia pinta un cuadro más brillante. “Porque en [Cristo] fueron creadas todas las cosas (…) y todas las cosas en él subsisten” (Colosenses 1:16-17). Una afirmación parecida aparece en Hebreos 1:3, donde se presenta a Cristo como “quien sustenta todas las cosas con la palabra de su poder”.
¿Es Dios un dueño ausente? ¡De ninguna manera! Ni aun un pájaro cae al suelo sin su conocimiento (Mateo 10:29). Jesús dijo: “Mi Padre hasta ahora trabaja, y yo trabajo” (Juan 5:17). El Padre y el Hijo le prestan atención a esta tierra, cuya función depende continuamente de ellos.
Aquí la especulación filosófica no ayuda mucho, pero Dios no nos ha dejado a tientas en las tinieblas. La respuesta a esta pregunta nos llega de los labios de los seres espirituales que adoran alrededor del trono de Dios. “Señor, digno eres de recibir la gloria y la honra y el poder; porque tú creaste todas las cosas, y por tu voluntad existen y fueron creadas” (Apocalipsis 4:11).
Amigo, en este pasaje bíblico encontramos el mayor propósito en la creación: el placer de Dios. Pero, quizá digas, este pasaje es muy general. Otros pasajes son más específicos. “Porque así dijo Jehová (…) él es Dios, el que formó la tierra (…) para que fuese habitada la creó” (Isaías 45:18). Pero ¿quién o qué la habita? Él desea que sus innumerables criaturas habiten la tierra, especialmente el hombre, que es la corona de su creación. Dios dijo respecto del hombre: “Para gloria mía los he creado” (Isaías 43:7).
El propósito de Dios fue crear una habitación perfecta para el hombre, la obra maestra de su creación. Es evidente en el siguiente pasaje de Escritura que la tierra realmente existe para beneficio del hombre: “Todo lo que se mueve y vive, os será para mantenimiento: así como las legumbres y plantas verdes, os lo he dado todo” (Génesis 9:3).
Aunque el cristiano instruido en la Palabra se oponga a matar “por pura diversión”, comprende que matar animales para alimentar o proteger la vida humana es parte del plan de Dios. Únicamente el hombre fue creado “a imagen de Dios” (Génesis 1:27). Por este hecho la vida humana es sagrada a diferencia de las otras formas de vida. Jesús les habló a las personas cuando dijo: “Más valéis vosotros que muchos pajarillos” (Mateo 10:31).
La Biblia nos da respuestas claras. “Tomó, pues, Jehová Dios al hombre, y lo puso en el huerto de Edén, para que lo labrara y lo guardase” (Génesis 2:15). “Hiciste señorear [al hombre] sobre las obras de tus manos; todo lo pusiste debajo de sus pies” (Salmo 8:6).
Como mayordomo elegido de Dios, el hombre debe hacer uso eficaz de los recursos que Dios le ha proporcionado (Juan 6:12); no debe abusar de ellos (1 Corintios 7:31). El Creador castigará a quienes “destruyen la tierra” (Apocalipsis 11:18).
Después de lo que parece un corto tiempo, Adán y Eva desobedecieron a Dios (Génesis 3:6). Así sucedió la caída del hombre. Desde ese acontecimiento, “la naturaleza” nunca ha sido igual. Dios le dijo a Adán: “Por cuanto obedeciste a la voz de tu mujer, y comiste del árbol de que te mandé diciendo: No comerás de él; maldita será la tierra por tu causa; con dolor comerás de ella todos los días de tu vida. Espinos y cardos te producirá” (Génesis 3:17-18).
Todas las formas de vida quedaron sujetas a enfermedad, desgaste y muerte. El hombre, la única criatura con libre albedrío, degeneró a tal punto que “todo designio de los pensamientos del corazón de ellos era de continuo solamente el mal” (Génesis 6:5). Dios lavó la tierra con un juicio de agua que destruyó al hombre y a la bestia (Génesis 7:17-24).
Algunos alarmistas insisten en que debemos reparar el daño que el hombre ha causado en su ambiente o enfrentaremos una catástrofe global ecológica. Sin embargo, el hecho recalcitrante sigue siendo que este planeta es parte de un sistema enorme que literalmente está en constante desgaste. Dios compara al universo con la ropa que se desgasta (Salmo 102:25-26). Finalmente, él lo destruirá. “La tierra y las obras que en ella hay serán quemadas (…) Pero nosotros esperamos, según sus promesas, cielos nuevos y tierra nueva, en los cuales mora la justicia” (2 Pedro 3:10, 13).
No pensemos que podemos prevenir lo inevitable. También es necedad creer, como creen algunos, que Dios cuenta con nosotros para que le ayudemos a crear el nuevo mundo, el hogar de los redimidos.
De hecho, dentro del cristiano verdadero mora el Espíritu de quien dijo: “Recoged los pedazos que sobraron, para que no se pierda nada” (Juan 6:12).
Convertirse en cristiano despierta en nosotros un sentido de mayordomía. El cristiano nota el pecado del estilo de vida “desechable” que lo rodea. El cristianismo lo motiva a vivir de manera sencilla para que otros vivan sencillamente. El agricultor cristiano ve la necesidad de conservar la productividad a largo plazo del terreno que cultiva. Ese sentir de mayordomía lo hace un protector, no un explotador.
Algunas de las mismas personas que hacen campaña para la preservación de los recursos naturales, no dudan en apoyar la guerra cuando “es debida”. El cristiano verdadero considera esto como una inconsecuencia grave, ya que no hay nada más despilfarrador y destructivo que la guerra.
Para el cristiano, la contaminación ambiental tiene otra dimensión. Él ve la contaminación de la moral pública, a la que muchos contribuyen sin pensar alguno, como la peor forma de contaminación.
Regido por la ley de amor y bondad, el cristiano se refrena de ser cruel con los animales (Proverbios 12:10). A la vez, comprende cuán equivocados están los que elevan a los animales al nivel de lo sagrado (Romanos 1:25).
Amigo, estar bien con Dios es mucho más importante que sencillamente vivir en armonía con la naturaleza. Jesús murió, y resucitó de los muertos, para que podamos ser lavados del pecado y gozar de comunión con nuestro Creador. Al arrepentirnos de nuestros pecados y entregarnos a Dios, nuestra vida puede ser transformada de una ciénaga de pecado a un jardín hermoso donde Dios mismo mora (1 Corintios 6:9-11).
Tomado del Eastern Mennonite Testimony (Testimonio Menonita Eastern)
Usado con permiso de las publicaciones Menonita Eastern
Al trono majestuoso del Dios de potestad,
Humildes vuestra frente, naciones inclinad.
Él es el ser supremo, de todo es el Señor,
Y nada al fin resiste a Dios el hacedor.
Del polvo de la tierra su mano nos formó;
Y nos donó la vida, su aliento creador.
Después, al vernos ciegos, caídos en error,
Cual padre al hijo amado salud nos proveyó.
Señor, a tu palabra sujeto el mundo está,
Y del mortal perecen la astucia y la maldad.
Después de haber cesado los siglos de correr,
Tu amor, verdad y gloria han de permanecer.
—Isaac Watts
—Harold Brenneman
Existen cosas más seguras que la muerte y los impuestos. En la vida te relacionas de tres maneras: con Dios, con otras personas y con el mundo.
Aunque no lo hayas pensado, tienes una relación con Dios. Pero ¿cuán cercana es esa relación? ¿Es Dios únicamente un Ser supremo poderoso? ¿Se ha acercado a ti? ¿Te ha acercado a él? ¿Ha hecho únicamente que el mundo gire y lo ha dejado a la deriva, o se ha mostrado en tu vida y te ha hecho parte de su plan? Pensar en Dios y sus terribles juicios, ¿te causa terror o sientes que es tu Padre? ¿O prefieres sencillamente olvidar a Dios y decir: “Dios está en el cielo y todo anda bien en este mundo”?
Ahora, Dios no está únicamente en su cielo, sino que vino a nuestro mundo: su mundo. La venida de Jesucristo como Dios y hombre perfecto para unir nuevamente a Dios con el hombre es un hecho y una experiencia establecido. Digo que Jesucristo une a Dios y al hombre de nuevo, porque la desobediencia del hombre destruyó la unión que gozaba el hombre con Dios al principio. El pecado envenenó tanto la naturaleza más profunda del hombre que el lavamiento y purificación únicamente se logran mediante la ayuda de Dios. Igualmente, tú debes buscar un poder fuera de ti mismo para mejorar. “Por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios”.
Cuando el hombre rebelde se acerca a Dios en busca de renovación, lavamiento y restauración, el proceso es tan drástico y doloroso para la naturaleza pecaminosa que Dios lo compara al nacimiento, un nuevo comienzo o una nueva creación. “Os es necesario nacer de nuevo” es el requisito de Dios. Cambiar la mente rebelde a una sumisión amorosa y dependiente a Dios exige el poder de Dios mismo. Sin embargo, Dios no toma el poder de elección del hombre. La parte del hombre es su decisión y entrega. La transformación del hombre se puede imitar, pero no se duplica con éxito. “Es don de Dios”.
El hecho consiste en que la humanidad es y sigue siendo culpable ante Dios mientras no reciba el perdón de Dios. ¿Es esa tu relación con Dios: “culpable”? ¿Has hallado el perdón de Dios mediante Jesucristo? ¿Sabes que su sacrificio y sangre te limpian de todo pecado? ¿Has renunciado tus propias opiniones respecto a tu condición? ¿Has reconocido ante Dios tu vergüenza y culpa? ¿Prefieres la Palabra de Dios a la tuya? ¿Abandonas por completo el pecado cuando Dios te lo muestra y te condena? ¿Has creído en la obra de perdón por medio de la muerte y resurrección de Jesucristo? Si te has entregado por completo a Jesucristo para recibir su perdón y lavamiento, y para obedecerle, entonces tu relación con Dios es justa, recta y exacta; tu relación vertical es verdadera y recta.
Algunos se sienten seguros de su relación vertical (su relación con Dios), pero no se sienten tan seguros de su relación horizontal (su relación con otras personas). ¿Cómo te relacionas con otros? ¿Te relacionas con amor o con discordia? ¿Tienes enemigos que deseas no perdonar? Si ese es el caso, Dios no te puede perdonar. ¿Puedes decir verdaderamente que no tienes resentimientos? ¿Puedes decir, además, que no solamente estás libre de malos sentimientos, sino que también gozas de la presencia del amor? ¿Es tu amor hacia otros abnegado y sacrificial o es un amor que te hace sentir superior a otros al compadecerte de ellos? ¿Disfrutas de ver la prosperidad de tus rivales? ¿Le prestas atención especial a la admiración de otros, sus halagos a tu persona, tu apariencia, talentos y posesiones?
La escuadra es recta verticalmente solo si está nivelada horizontalmente. Asimismo, tu relación con Dios es íntegra únicamente cuando tu relación con los hombres es recta. ¿Cómo es, entonces, tu relación con otras personas? ¿Es recta?
El mundo a nuestro alrededor es tan real como lo es Dios y las demás personas. Este “mundo” es el sistema entero de costumbres, maneras y estándares según las que vive el hombre sin Dios. ¿Cuál es tu relación en esta orden social? ¿Vives según estas costumbres, maneras y estándares? ¿Dedicas tu tiempo, afecto e interés a las artes, las ciencias, el vino, las mujeres y las canciones? ¿Eres esclavo a los valores de tu orden social o político? El apóstol Pablo estimó todo como pérdida en relación con Cristo. Igualmente, la religión aceptable en los órdenes sociales de este mundo no es la del manso y humilde Jesús. Al fin y al cabo, la cultura más sofisticada del mundo es pagana.
Hagamos la pregunta con las palabras de las Escrituras: ¿Amas tú al mundo y las cosas que están en el mundo? Su entretenimiento, sus placeres y metas pretenden atraer honores y logros humanos, y satisfacer la mente carnal. Sus religiones también se encargan de suscitar la mente carnal. ¿Cuál es tu relación con este mundo? “Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él”. ¿Habrá manera más clara de expresarlo?
Si estás satisfecho con tu relación con Dios y los hombres, considera con cuidado tu relación con el mundo. Esto bien puede ser el comprobante de las primeras dos relaciones.
Dios tiene un libro abierto, la Biblia, que revela su voluntad para con estas tres relaciones: el hombre con Dios, el hombre con el hombre y el hombre con el mundo. Ninguna otra autoridad existe que nos guíe de aquí a la eternidad.
Te ruego, mientras tengas la oportunidad (pues, puedes perderla en cualquier momento), que pienses seria y sobriamente sobre tu relación inescapable con Dios, porque algún día tendrás que rendirle cuentas de lo que hiciste con esta oportunidad. A medida que Dios ordene tu relación vertical con él, te ayudará a ordenar tu relación con otras personas. Asimismo, te dará el poder de vivir sobre los estándares de este mundo apartado de Cristo.
“De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas” (2 Corintios 5:17).
—Roger L Berry
“Mas si así no lo hacéis, he aquí habréis pecado ante Jehová; y sabed que vuestro pecado os alcanzará” (Números 32:23).
Moisés, el famoso líder judío, les dijo estas palabras a la tribu de Rubén y la de Gad. Moisés les aseguró que la obediencia a Dios les traería bendición, pero faltarle honra a Dios era pecado —pecado que los seguiría hasta la muerte—.
Un artículo que leí sobre el envejecimiento de la generación nacida después de la Segunda Guerra Mundial me recordó de la advertencia bíblica anterior. En esencia, el artículo decía que muchos de esta generación (generalmente las personas nacidas entre 1946 y 1964) están enfrentando o enfrentarán la vejez a solas. Entrarán en la vejez de aquí a quince o veinte años con pocos familiares, o ninguno, que cuiden de ellos. Se dice que esta generación posguerra niega la realidad respecto a su vejez y muerte.
El artículo instaba a cuidar de la generación mayor, “la cavidad más devastadora, social, económica y espiritual de las primeras décadas del siglo XXI”. El costo y carga pudieran ser devastadores para la economía.
La causa de la crisis que se aproxima sobre el cuido de los ancianos se debe en gran parte al estilo de vida de la generación posguerra. Esta generación se ha dedicado a la búsqueda de la prosperidad material y del placer. Se ha demorado en tener hijos, y tiene menos hijos si es que los llega a tener. Muchos están divorciados, casados por segunda vez o ni siquiera viven con su cónyuge. Las familias se dividen cada vez más. Muchos han optado por el aborto en vez de asumir la responsabilidad que Dios les ha dado de criar a sus hijos.
Muchos de los hijos sobrevivientes de esta generación ignoran a sus padres al seguir su ejemplo en la búsqueda de la riqueza y del placer. Muchos se han sumado al divorcio, la unión libre, las segundas nupcias y la creación de familias compuestas.
Conforme esta generación se jubile y necesite atención, muchos tendrán que enfrentar sus años de vejez a solas. Junto con los organismos gubernamentales, los hijos buscan hacer planes para brindarles atención a los ancianos, sin embargo, todos los planes del mundo no quitarán la soledad y el desaliento de la generación mayor. Muchos de esta generación han perdido su base espiritual y enfrentan la vejez y la muerte con decadencia e inseguridad de su destino eterno.
Si perteneces a esta generación y aún no le has dado la honra a Dios, ¿qué puedes hacer para prepararte para el futuro? No puedes regresar y vivir de nuevo tu vida, enfocando la voluntad de Dios y los valores de la familia. Sin embargo, aún puedes entregarle tu vida a Dios, quien te dará propósito y una razón por la cual vivir el resto de tus días. Necesitas arrepentirte de tus pecados, incluso del egoísmo que es la raíz de muchos de los problemas de esta generación, que hasta se le ha llamado la “generación del yo”. Necesitas unirte a una iglesia bíblica que te apoye y anime. Vas a querer mostrarle a la generación siguiente la vanidad de buscar el placer y el bien propio.
La Biblia es nuestra única fuente de esperanza para el futuro, incluidas la vejez y la muerte. “Deje el impío su camino, y el hombre inicuo sus pensamientos, y vuélvase a Jehová, el cual tendrá de él misericordia, y al Dios nuestro, el cual será amplio en perdonar” (Isaías 55:7).
Si eres de la generación posguerra y has vivido para el Señor, tienes una gran responsabilidad. Puedes demostrar con tu vida lo que la mayoría de esta generación ha perdido. Tu ejemplo del poder y amor de Dios aún puede guiar a algunos al arrepentimiento. Si ayudas a tu generación a volver a Dios, tienes un objetivo en tu vida.
¿Y qué tal las generaciones futuras? Sin dirección moral también serán una generación perdida. Aún puedes escoger ser un ejemplo vivo para que los jóvenes sigan el camino de Dios.
“Corona de honra es la vejez que se halla en el camino de justicia” (Proverbios 16:31).
La salvación es un regalo de Dios. Lo aceptas con la condición de permitir que Cristo te libre del pecado y dirija tu vida.
Que has violado la ley de Dios y no alcanzas la voluntad de Dios.
“Por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios” (Romanos 3:23).
Que Dios te ama y te ofrece su misericordia mediante la obra de redención de su Hijo, Jesucristo.
“Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros” (Romanos 5:8).
La muerte y resurrección de Cristo como la provisión de Dios para tu perdón. Reconoce que Cristo te acepta cuando oras sinceramente: “Jesús, soy pecador. Te acepto como Salvador y Señor de mi vida. Hazme un hijo obediente de Dios”.
“Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios” (Juan 1:12).
En vida nueva. Cuando una persona verdaderamente llega a ser hijo de Dios, cambia su manera de pensar, hablar y actuar.
“A fin de que como Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en vida nueva (…) No reine, pues, el pecado en vuestro cuerpo mortal, de modo que lo obedezcáis en sus concupiscencias; ni tampoco presentéis vuestros miembros al pecado como instrumentos de iniquidad, sino presentaos vosotros mismos a Dios como vivos de entre los muertos, y vuestros miembros a Dios como instrumentos de justicia” (Romanos 6:4, 12-13).