Lo siguiente es el testimonio de una mujer cristiana que expone el contraste entre la liberación feminista de hoy y la liberación bíblica de la mujer. Ella testifica del gozo de vivir conforme con el diseño de su Creador.
¿Liberación? ¿Me encuentro atrapada y necesito ser liberada? Para la mujer cristiana, ¿cabe la mentalidad moderna del movimiento de la liberación de la mujer? El contraste entre la mujer que se apega a los principios bíblicos para su vida y la mentalidad feminista de hoy es significante. Por eso, no es de sorprenderse que se considere a la mujer cristiana como atrapada y apresada por las muchas restricciones bíblicas. En la cultura de hoy no cabe el concepto de que la mujer casada esté ligada a su marido de por vida. No es aceptable la idea de que la mujer esté sujeta a su marido aun cuando éste le cause dificultades. Para la mujer moderna, las reglas bíblicas de la modestia y sumisión sólo representan tradiciones antiguas y obsoletas.
Después de que Dios creó a la mujer, vio que todo lo que había hecho era bueno en gran manera. Fue una obra bella, buena, y perfecta. Una parte de esa belleza y perfección consistía en su diseño del hombre y la mujer unidos en el matrimonio hasta que la muerte los separara. El diseño original fue perfectamente bueno. Sin embargo, desde que el pecado entró en el mundo, la perfección de este diseño se ha manchado. El marido muchas veces no reúne las expectativas de su esposa. No la comprende y a menudo la ofende. Sin embargo, esto no libera a los cónyuges de su compromiso de matrimonio. Esto tampoco cambia el hecho de que Dios lo haya hecho perfecto en su diseño original.
Así que, dentro del marco de ese diseño bendecido por Dios, tenemos muchas oportunidades de experimentar lo que es la libertad femenina. El simple hecho de que podemos seguir confiando en el marido aun cuando éste comete errores, nos trae libertad. Lo cierto es que nosotras también cometemos muchos errores. Y si, a pesar de esto el esposo no anda pensando en un plan B, es también motivo de gran libertad. Hay una libertad incalculable en saber que, a pesar de las faltas que cometemos, el esposo no desconfía de nosotras y no tenemos que vivir con el temor de que el divorcio le sea una opción. Después de sufrir malentendidos y dificultades en la comunicación, qué bendición es saber que si encuentro una nota en la mesa, no tengo que temer de que informe que todo se acabó y que mi marido no volverá nunca. Es motivo de alegría poder esperar de mi marido notas de ánimo, y si ha habido un conflicto, esperar palabras pidiendo perdón y el deseo de arreglar las cosas. Me siento sumamente privilegiada de ser “atrapada” en un matrimonio como tal. Como ya vimos, la libertad se encuentra en vivir conforme con el diseño de nuestro Creador.
A veces nos parece que las normas o directrices en nuestra vida nos son un estorbo, y nos sentimos atrapadas. Igualmente, sucede que cuando se nos pide rendir cuentas de algo, nos incomoda y nos sentimos restringidas.
Tomemos como ejemplo el teléfono celular. Muchos ven las restricciones en cuanto al uso del teléfono como una privación de la libertad. Pero la verdad es que el teléfono celular es un tirano que nos manipula. Durante todo el día nos exige a revisar la pantalla. ¿Quiénes son los que nos exigen la atención desde las primeras horas de la mañana hasta acostarnos en la noche? ¿Son mis deberes cotidianos y las personas con que me relaciono durante el día, o son los mensajes de texto entre muchas otras cosas que aparecen en la pantalla?
Algo que me ayudó a comprender la poderosa influencia que ha tenido este dispositivo en mi vida fue el ejemplo de un hermano anciano de la iglesia. En una ocasión, se disculpó por haber llegado un poco tarde a una reunión. Resulta que no había visto el mensaje de texto que se le habían enviado. Él tenía ciertas normas personales sobre el uso de su teléfono celular que no le permitían revisar la pantalla antes de primero dedicar tiempo a su meditación bíblica en la mañana.
Para muchos, quizá la rutina matutina sea así: Por la mañana, se levanta medio dormido. Desconecta el teléfono celular del cargador, e inmediatamente la luz de la pantalla exige su atención. “¿Fulana respondió al mensaje que le envié?” “Hoy es el cumpleaños de Sultana.” “¿Mi hijo con su familia ya llegó?” “¿Cómo siguen los planes que teníamos para hoy?” “No es que me interese tanto lo que el presidente hace, pero sí quiero saber lo que se decidió en el congreso sobre las vacunas.” El tiempo vuela y al fin se acuerda de que le falta sacar el rato para la meditación bíblica. Pero, la lectura parece de poca inspiración. Después tiene que correr con los deberes de la mañana.
Cada día enfrentamos preguntas como: ¿Quién soy yo? ¿Qué quiere hacer Dios en mi vida? ¿Por qué estoy aquí? Y cada día, la Biblia me da la misma respuesta. Dios dice: “Tú eres mi hija, y te quiero formar a mi imagen”. Pero, ¿cómo vamos a ser formadas a la imagen de Dios si pasamos revisando la pantalla, leyendo y enviando mensajes y correos electrónicos, notificaciones, entre otras cosas? El fundamento de nuestra vida espiritual se fortalece por fijarnos en la Palabra de Dios. El apóstol Pedro dijo: “Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna” (Juan 6:68). Así que, conforme cultivamos la costumbre de darle prioridad a la Palabra de Dios sobre la pantalla, hallamos las repuestas a las preguntas importantes de la vida. Nos damos cuenta de que la Palabra de Dios tiene un mensaje personal para nosotras y hallamos el propósito de nuestra vida en sus páginas. Nos damos cuenta de que el Creador del universo nos ama. Es allí donde encontramos la libertad de ordenar nuestro tiempo conforme a la voluntad de Dios y no conforme a todas las otras influencias que quieren cautivar nuestra atención. De hecho, conforme aprendemos a amar al Autor de las Escrituras, y valorar sus palabras a nosotras, lo atractivo de la tecnología empieza a perder su brillo.
El autor Justin Whitmel Earley en su libro, The Common Rule, Habits of Purpose for an Age of Distraction, (La regla común, hábitos importantes para una época de distracciones), nos delinea algunas pautas que nos ayudan a evaluar el nivel de libertad que tenemos en el campo de los dispositivos electrónicos en nuestra vida. Él dice: “Apagar las notificaciones... leer la Biblia en la mañana antes de ver el teléfono... establecer una hora en el día con el teléfono celular apagado”.
Sea que otros nos ayuden a ordenar correctamente nuestro tiempo, o que pongamos normas personales para administrar bien nuestro tiempo, nos liberan de las presiones y demandas que exigen las voces de competencia de hoy día y nos liberan para escuchar lo que Dios dice en cuanto a los asuntos de la vida.
¿Tiene tu iglesia reglas para la manera de vestir de sus miembros? ¿Tales reglas te parecen un estorbo para la libertad de expresar tu belleza y personalidad? ¿No sería una mejor expresión de libertad el poder acomodarnos más a las modas del mundo y la manera de vestir de las demás mujeres en nuestro alrededor? ¿Es necesario destacarnos tanto en nuestra manera de vestir? Muchos dirán que la libertad verdadera dictaría que pudiéramos parecer más como las mujeres del mundo.
En respuesta a lo anterior, quiero decir que la verdadera libertad tiene un propósito mucho más sublime que eso. ¿Alguna vez te has detenido para ver lo extraño e ilógico que es la agenda del mundo en su apariencia personal? Un día pasé por una estación de tren en la ciudad. Observé que yo con mi vestuario sencillo y modesto resaltaba como más normal que la apariencia personal de la mayoría que andaba en mi alrededor. La palabra “ridículo” quizá describiera lo que observé. Cabello verde, cadenas de toda clase, perforaciones, y maneras ridículas de vestir manifestaban una cultura en que la regla común es ser distinto de los demás.
La mujer que luce una apariencia de modestia, decoro, y sencillez es motivo de respeto en medio del mundo que está acostumbrado a lo artificial. Quizá por medio de nuestra apariencia, alguna persona con problemas en su vida se nos acerque para desahogarse y pedir que oremos por ella. Un vestuario honesto nos libra de la mirada de lascivia del hombre malvado de la calle. Nos ayuda a evitar lugares que no le convienen al cristiano. Nos clasifica con una persona de respeto, lo cual en sí nos proporciona una poderosa libertad y seguridad de maneras que muchas veces aun desconocemos. También nos libra del individualismo y nos identifica con el pueblo de Dios.
Yo no cambiaría la libertad que tengo como mujer cristiana por ninguna cosa que el mundo ofrece. Reconozco que entre más años vivo aprecio esa libertad más y más. La madurez física parece acelerar esta estima. Mi deseo es promover un celo por la calidad de libertad que hay en someternos a Cristo. Deseo que mi testimonio estimule a los lectores a no comprometer la verdadera libertad cristiana con la liberación feminista que predomina en el mundo hoy.
Hermanas, estemos firmes en la libertad con que Cristo nos hizo libres, y no estemos otra vez sujetas al yugo de esclavitud (Gálatas 5:1).