Bienvenido a Una mano amiga, una revista cristiana al servicio de tu comunidad. Nuestra meta es ofrecer soluciones bíblicas para los problemas de la sociedad.
Una mano amiga
Publicación #20
Bienvenido a Una mano amiga, una revista cristiana cuyo propósito es servir a tu comunidad. Nuestra meta es ofrecer soluciones bíblicas para los problemas que nuestra sociedad enfrenta hoy.
Sección para jóvenes
Amad… no améis
Contenido:
El hogar cristiano . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
¿Qué dice la Biblia? . . . . . . . . .
La Biblia frente a la ciencia . . . . . . . . . . . . . .
El mundo de hoy . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
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Roger Berry, Editor
2256 West Dry River Rd.
Dayton, Virginia EE.UU. 22821
Traducido de Reaching Out por Maná Digital
Publicación #20 (Corresponde la #100 en inglés)
El texto bíblico ha sido tomado de la versión Reina-Valera © 1960 Sociedades Bíblicas en América Latina; © renovado 1988 Sociedades Bíblicas Unidas. Usado con permiso.
Editor: Roger L. Berry
Directiva: Joe Weirich, Wayne Miller, James Yoder, Clay Zimmerman
Escritores: Marlin Krieder, Elvin Stauffer, Clay Zimmerman, Roger L. Berry
Revisores: Glenn Kilmer, Lewi Graber
—Clay Zimmerman
A medida que descubrimos más y más del mundo molecular, los objetos diminutos se vuelven fascinantes. Con la invención de los microscopios, la humanidad ha comprendido que hay mucho en todas partes que no podemos ver a simple vista. A medida que descubrimos el mundo de los gérmenes y cómo funcionan, mejoramos ampliamente nuestra salud: hoy día la prevención de las enfermedades avanza a pasos agigantados. Además, hemos descubierto que los humanos dejamos rastros de nuestras partículas al entrar en contacto con nuestro mundo y movernos dentro de él. Nuestro propio ADN (el portador de nuestra información genética) es tan preciso e identificable que le otorga a cada persona una identidad única. Los procesos de investigación criminal se han vuelto mucho más precisos ahora que es posible identificar los rastros humanos que quedan en algún sitio. Las huellas de un sospechoso en la escena del crimen hablan poderosamente, y gracias a ellas se han resuelto muchos casos.
Sin embargo, los rastros identificados también han llevado a conclusiones equivocadas. ¿Por qué? Sucede que el ADN se puede transmitir de un individuo a otro. En ciertos casos, podría parecer que has estado en un lugar donde no has estado. En realidad, otra persona llevó tu “presencia” al lugar. Esto nos hace pensar.
Como cristiano, mi ADN espiritual es santo. Cuando me entrego a Dios y recibo su Espíritu Santo, llego a ser su hijo. Por lo tanto, al pasar por la vida debo dejar rastros de ADN santo en otros. ¿He sido cambiado realmente? ¿Bendigo a otros con mi presencia e influencia? ¿Provienen de Dios mis palabras y hechos? Si llevo su ADN, debería dejar rastros de Dios dondequiera que pase. Al igual que sucede con el ADN físico, las personas bajo mi influencia deben mostrar rasgos de un carácter santo.
“Pero vosotros le conocéis, porque mora con vosotros, y estará en vosotros” (Juan 14:17). “Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos” (Mateo 5:16).
—Harold Brenneman
“Amor” es la palabra de la que más se abusa en nuestro idioma. Se ha usado profanamente para anunciar lujuria y comercializar productos en el mercado. Para las masas, la palabra “amor” no conlleva ningún significado sagrado, bueno o santo.
No obstante, Dios les habla a los moradores de la tierra desde un corazón de amor. ¡Y desea forjar el mismo corazón de amor dentro de nosotros! Por esa razón, él nos dice qué amar y a quién amar. Además, nos dice cómo hacerlo. Por otra parte, también nos dice qué no amar y a quién no amar.
Hace un poco más de 3.000 años, Dios dijo: “Aborreced el mal, y amad el bien” (Amós 5:15).
Cuando Dios envió a su Hijo, Jesucristo, a vivir con nosotros los seres humanos, también envió con él muchos mensajes sobre el amor. Jesús mostró que el amor genuino se expresa a través de la obediencia. “El que me ama, mi palabra guardará” (Juan 14:23). Ahora, no es tan difícil amar lo que nos agrada, o a los que nos aman. Sin embargo, Jesús dice: “Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen; para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y que hace llover sobre justos e injustos. Porque si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa tendréis? ¿No hacen también lo mismo los publicanos?” (Mateo 5:44-46).
El amor propio no debe excluir nuestro amor a otros. El vecino percibirá nuestra religión por medio de nuestro amor. “Amarás a tu prójimo como a ti mismo. El amor no hace mal al prójimo; así que el cumplimiento de la ley es el amor” (Romanos 13:9-10).
Un amor especial y divino fluye entre cristianos que se consideran hermanos, hijos de un mismo Padre Santo. “Nosotros sabemos que hemos pasado de muerte a vida, en que amamos a los hermanos” (1 Juan 3:14). Este amor ha sido purificado de los elementos carnales, lujuriosos y egoístas.
“Habiendo purificado vuestras almas por la obediencia a la verdad, mediante el Espíritu, para el amor fraternal no fingido, amaos unos a otros entrañablemente, de corazón puro; siendo renacidos” (1 Pedro 1:22-23). Este amor no es algo que se “lleva puesto” como la cortesía o un aparato. Es enteramente perfeccionado de Dios.
En todo y por encima de todo, nuestro amor está reservado para Dios. “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. Este es el primero y grande mandamiento. Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Mateo 22:37-39). El amor puro e incondicional que Dios requiere no puede convivir con amores prohibidos. Aun un amor legítimo viene a ser prohibido cuando interfiere con la devoción a Dios. También podemos nombrar el amor al dinero. “Porque raíz de todos los males es el amor al dinero” (1 Timoteo 6:10).
El mensaje integral de Dios para nosotros sobre los amores prohibidos se encuentra en 1 Juan 2:15-17: “No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él. Porque todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo. Y el mundo pasa, y sus deseos; pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre”.
Seamos honrados, ¿no es obvio que la publicidad hoy día procura despertar el amor al mundo y las cosas que están en él? El corazón debe destetarse del mundo para “morir” al pecado y así “vivir” para Dios. Estas tremendas palabras de Dios nos hablan de manera clara. Léelas vez tras vez. Mídete ante ellas. Permite que penetren en tus oídos. Deja que Dios te libre de las ataduras de la moda, cultura, placer, facilidad, prosperidad y el ego. “Así que, si el Hijo os libertare, seréis verdaderamente libres” (Juan 8:36).
“La verdadera medida de amar a Dios consiste en amarlo sin medida”. —Bernardo de Claraval
—Doyle Zimmerman
“Perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores” (Mateo 6:12). Jesús enfatiza el perdón en esta oración modelo al decir: “Porque si perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial; mas si no perdonáis a los hombres sus ofensas, tampoco vuestro Padre os perdonará vuestras ofensas”. El reto es: Perdono yo como quiero que Dios me perdone.
¿Qué significa perdonar? Perdonar es librar a una persona de una deuda sin requerir ninguna forma de pago. Insistir en que una persona pida disculpas es requerir la disculpa como pago. Pedir que la persona haga restitución es requerir un pago. José ni siquiera sabía si sus hermanos sentían remordimiento antes de que él, con cariño, les diera grano y les devolviera el dinero. Después les ayudó a obtener el mejor terreno en Egipto, aunque aparentemente aún no se habían disculpado por su maldad contra él (Génesis 47:6; 50:16-17).
Esteban mostró un espíritu de perdón hacia aquellos que lo apedreaban (Hechos 7:60). Su deseo no fue que Dios les diera noches sin descanso ni que otro les hiciera daño, sino que ellos pudieran hallar perdón. El ejemplo de cómo Dios nos perdona en Salmo 103:11-12 da a entender que cuando él perdona, también borra nuestro pecado por medio de la purificación. Nosotros no podemos impartir fuerza para que otro obtenga la victoria ni se purifique del pecado, pero sí tenemos la responsabilidad de ayudar al hermano que nos ha hecho daño a obtener la victoria.
El escritor de Hebreos nos amonesta a “segui[r] la paz con todos”. Si guardamos rencor en nuestro corazón, este se convertirá en amargura. Luego llegará a ser odio que aflige al que lo carga y corrompe a muchos (Hebreos 12:14-17).
Los hermanos de José llegaron a odiarlo por ser el hijo preferido de su padre. Ellos se resintieron con los sueños de José y querían verlo muerto. Finalmente, por su odio, lo vendieron. En los siguientes años, el pecado los llevó por un camino descendente. Cuando el corazón rehúsa perdonar, muchas relaciones se ven afectadas, no solo la relación con aquel a quien no queremos perdonar. Nuestra relación con Dios y con otros también se ve afectada. La amargura cambia la manera en que vemos la vida. Fácilmente vemos motivos crueles en las acciones bienintencionadas de otros. Comenzamos a sospechar de otros e imaginar maldad en ellos. La amargura que llevamos en el corazón nos aleja del perdón de Dios que tanto necesitamos.
Perdonar a nuestros semejantes se vuelve más sencillo cuando comprendemos la gran deuda que tenemos con Dios. Dios nos creó para que le sirvamos. Sin embargo, tantas veces hemos hecho lo malo. Le hemos desobedecido y, lamentablemente, en rebelión hemos cometido pecados. Cada vez que desobedecemos a Dios, hacemos más grande la deuda. Jesús ilustra esto en Mateo 18:23-35. Nosotros somos el primer siervo. Le debemos al rey (Dios) una deuda que no podemos pagar. Nuestros semejantes son los otros siervos. Puede ser que ellos nos hayan causado un daño y por lo tanto tienen una deuda con nosotros. Puede que sintamos que ellos deben sufrir un castigo.
Cuando alguien nos hiere, puede parecer que el ofensor no sufre consecuencias y que nosotros llevamos la cicatriz de por vida. Aun así, la Biblia nos pide perdonar. Si no perdonamos, somos semejantes al siervo que rehusó perdonarle poco a su consiervo después de que le habían perdonado una gran deuda (Mateo 18:28). José se halló en Egipto por el odio de sus hermanos, y en la cárcel por la mentira de la esposa de Potifar. Sin embargo, él escogió perdonar y servirle a Dios fielmente.
La actitud de Rubén se revela cuando dijo: “¿No os hablé yo y dije: No pequéis contra el joven, y no escuchasteis?” (Génesis 42:22). Pero él tampoco era inocente de vender a José. Rubén no quería la muerte de José, pero sí deseaba el favor de sus hermanos, así que sugirió una alternativa. Su plan de esconder a José en un foso y luego devolverlo a su padre parecía noble. Sin embargo, cuando ayudó a sus hermanos a cubrir su pecado y engañó a su padre, llegó a ser cómplice de su pecado (Génesis 37:31-32).
José comprendió su propia necesidad de la misericordia de Dios, y eso lo capacitó para extenderles misericordia a sus hermanos. Él dijo: “Haced esto, y vivid: Yo temo a Dios”. El temor a Dios le enseñó cómo extender a sus hermanos la misericordia que él recibió de Dios.
“Quítense de vosotros toda amargura, enojo, ira, gritería y maledicencia, y toda malicia. Antes sed benignos unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo” (Efesios 4:31-32). El reto para cada uno de nosotros es recordar que Dios nos ha perdonado gracias a la obra de Cristo, y luego seguir ese ejemplo.
La elección de perdonar nos libera de la amargura con sus ataduras.
Cuando reconocemos el lugar de Dios en nuestra vida podemos perdonar a otros. José les dijo a sus hermanos en cuatro ocasiones que Dios lo había enviado a Egipto. “Ahora, pues, no os entristezcáis, ni os pese de haberme vendido acá; porque para preservación de vida me envió Dios delante de vosotros. Y Dios me envió delante de vosotros, para preservaros posteridad sobre la tierra, y para daros vida por medio de gran liberación. Así, pues, no me enviasteis acá vosotros, sino Dios, que me ha puesto por padre de Faraón” (Génesis 45:5, 7-8). “Y les respondió José: No temáis; ¿acaso estoy yo en lugar de Dios? Vosotros pensasteis mal contra mí, mas Dios lo encaminó a bien, para hacer lo que vemos hoy, para mantener en vida a mucho pueblo” (Génesis 50:19-20). José pudo ver la obra del Dios todopoderoso en su propia vida. Él vio que Dios tuvo un propósito para su vida, y que nadie, ni aun sus hermanos, pudieron frustrar el plan de Dios.
Tú y yo podemos perdonar a nuestros semejantes cuando entendemos que Dios únicamente piensa bien, y permite únicamente lo que es para nuestro bien, aun si otros procuran nuestro mal. Nadie nos puede hacer daño si Dios no lo permite. José pudo perdonar, no porque no se sintiera herido, sino porque creyó que le correspondía a Dios la venganza y no a él. Él pudo perdonar porque confió en Dios. Las acciones de los hermanos de José fueron malas, pero Dios las usó para bien. Escuchamos de tragedias sin número y nos preguntamos cómo permite Dios tales cosas. Sin embargo, podemos tener la confianza de que Dios lo permite para bien. Podemos hallar el mismo lugar de descanso cuando otros nos tratan con crueldad. Tampoco es necesario que vayamos por la vida con una actitud de “pobrecito yo”. Sencillamente aceptamos el derecho de Dios sobre nuestra vida.
Perdonar al que nos ha causado daño puede conllevar más de una batalla. Parece que José perdonó a sus hermanos poco después de haber llegado a Egipto. En ese momento, ganó una batalla. De otra manera, ¿cómo hubiera experimentado victoria en su vida y cómo hubiera aceptado su vida en la cárcel con buena actitud?
Sin duda, él ha de haber sentido la libertad del perdón todos esos años. Una actitud implacable hacia sus hermanos o la esposa de Potifar sin duda se habría convertido en amargura.
Cuando sus hermanos llegaron en busca de alimentos, José tenía el poder de castigarlos severamente y cobrar venganza. ¡Esta era su oportunidad! Los sentimientos intensos seguramente amenazaban con brotar de nuevo: el dolor, la injusticia y el deseo de venganza. José los llamó espías y mentirosos. Propuso meterlos en la cárcel y enviar un hermano a casa a traer a Benjamín y así comprobar que decían la verdad. Sin embargo, los encarceló a todos (Génesis 42:16-17). Al sacarlos de la prisión al tercer día, les dijo: “Haced esto, y vivid: Yo temo a Dios” (Génesis 42:18). Aunque quizá José sintió el deseo de hacerlos pagar cada una de sus acciones, su temor a Dios determinó la manera en que había de responder. ¡Él escogió perdonar!
Cuando escogemos perdonar, quedamos libres de la amargura con sus ataduras. Sin embargo, el diablo puede confrontarnos con la tentación otra vez. Quizá tengamos que luchar vez tras vez para perdonar. Sin embargo, Dios nos dará el amor necesario para perdonar y ganar cada batalla.
Tomado de The Christian Contender (El contendiente cristiano), usado con permiso: Publicadora Vara y Cayado, Inc. PO Box 3, Crockett, Kentucky, EE.UU.
—J. Luke Martin
Se ha dicho: “Ser padre es mucho más que engendrar un hijo”. ¿Qué significa ser un buen padre para sus hijos?
Jesucristo vino a mostrarnos al Padre que está en los cielos. “Jesús le dijo: ¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros, y no me has conocido, Felipe? El que me ha visto a mí, ha visto al Padre; ¿cómo, pues, dices tú: Muéstranos el Padre?” (Juan 14:9).
Todo lo que Jesús es, el Padre celestial también lo es: perfecto, amoroso, bondadoso, lleno de gracia y verdad, perdonador, lleno de sabiduría y poder, lleno de misericordia y compasión. Jesús fue firme, vivió con propósito y misión, fue honesto y transparente, y desaprobó la hipocresía.
Padres, aprendamos del Padre celestial; debemos imitarlo. Tanto como humanamente sea posible, debemos ser para nuestros hijos lo que nuestro Padre Dios es para nosotros.
El escritor de 1 Juan 2:14 dijo: “Os he escrito a vosotros, padres, porque habéis conocido al que es desde el principio”. Padres, necesitamos primeramente conocer al Padre celestial. Debemos imitarlo y así ser para nuestros hijos lo que nuestro Padre Dios es para nosotros.
Consideren estas características de nuestro Padre celestial:
Juan 14:21; 16:27; 17:23, 26
Sean un padre que ama. Se ha dicho que lo mejor que un hombre puede hacer por sus hijos es amar a la madre de estos. El amor se expresa en sacrificio y bondad. El amor es la gracia que les da significado a las acciones corrientes y brillo a los momentos opacos. Donde hay amor, las cargas pesadas se vuelven livianas y los fracasos encuentran perdón.
1 Juan 5:3
Padres, amen a sus hijos, denles dirección y guíenlos. Enséñenles de Dios. Que aprendan de la Biblia y aprendan a obedecer. Que conozcan la ley de la siembra y la cosecha; por cada hecho hay consecuencias. Enséñenles que la cosecha es buena cuando sembramos buena semilla.
Llenen la mente de sus hijos con lecciones de la historia. Muéstrenles cómo valorar justamente y cómo tomar decisiones morales. Cuando escogen el bien en vez del mal, ayúdenles a escoger entre lo bueno y lo mejor.
Sabemos que es correcto darle una parte de nuestra ganancia al Señor. Es pecado robarle a Dios o al hombre. Muéstrenles que la cantidad que damos está ligada a nuestros valores. Sus hijos verán este principio por medio del material de lectura que ustedes compren, la música que escuchen, el vehículo que conduzcan y la ropa que vistan.
Hebreos 12:7
Padres, disciplinen a sus hijos. Este principio no es popular en nuestra sociedad. La Biblia dice que Dios disciplina a quienes ama (Hebreos 12:7). Si ustedes rehúsan disciplinar a sus hijos, más bien los aborrecen (Proverbios 13:24). No vean la disciplina como un castigo, sino como una corrección que ayudará a que sus hijos piensen antes de actuar. La corrección aplicada a su debido tiempo y con amor resulta en bendición para el que la da y el que la recibe. “Corrige a tu hijo, y te dará descanso, y dará alegría a tu alma” (Proverbios 29:17).
Mateo 6:14
Padres, perdonen a sus hijos. El perdón rehúsa recordar las ofensas del pasado que han sido corregidas. Es dejar libre al infractor, cancelar la deuda y procurar la reconciliación. El fruto del perdón es la reconciliación. Luego de haber tratado la travesura o la mala acción; luego de verla corregida, háganle ver a su hijo que es libre de culpa. Expresen amor, aceptación y buena voluntad. Alaben el esfuerzo honesto y las mejorías en el comportamiento de su hijo. El perdón crea confianza y hace que la disciplina futura sea más eficaz.
Lucas 6:35
Padres, provean para sus hijos. “Porque si alguno no provee para los suyos, y mayormente para los de su casa, ha negado la fe, y es peor que un incrédulo” (1 Timoteo 5:8). Proveer para la familia significa proporcionar comida, ropa y abrigo, al igual que cubrir las necesidades espirituales. Proveer para su familia incluye tomar medidas para aprender la frugalidad y hacer que el dinero alcance. Puede significar que tengan que valerse sin comodidades que nuestra cultura considera necesarias pero que en realidad no son esenciales.
El que sabe proveer para su familia entiende que no es la responsabilidad del gobierno hacerlo. Si bien podemos estar agradecidos por contar con un gobierno que responde frente a las necesidades y emergencias, la Biblia nos enseña a identificarnos con el pueblo de Dios que está dispuesto a compartir cuando hay necesidades.
1 Juan 1:3
Padres, comuníquense con sus hijos. Háblenles de su caminar con Dios y de las lecciones que están aprendiendo en su andar cristiano. Háblenles de sus fracasos y de las lecciones que han tenido que aprender. Expresen sus convicciones y su deseo de servir a Dios. Hagan que el Evangelio de Jesucristo sea parte de sus experiencias diarias, y muéstrenles a sus hijos cómo funciona.
Parte de la comunicación es saber escuchar. Nuestro Padre celestial oye nuestras oraciones. Necesitamos prestar atención cuando nuestros hijos hablan, como también escuchar sus peticiones y sus dificultades. Asegúrenles que estarán disponibles cuando ellos los necesiten, y que podrán compartir sus problemas, sin importar cuan grandes o insignificantes parezcan. Enséñenles la verdad de la Palabra de Dios y la necesidad de conocer la Palabra de Dios. Enséñenles el temor a Dios y el valor de la hermandad cristiana.
Mateo 7:11
Padres, denles buenas dádivas a sus hijos. Piensen en todo lo bueno que el Padre celestial les ha dado a ustedes; por ejemplo: el sol, la lluvia, la salud, una mente sana y la libertad de amar y ser amado. La lista se hace más larga cuando incluimos las bendiciones espirituales que goza el que ha puesto su fe en el Señor Jesucristo.
La mejor dádiva que les pueden dar a sus hijos es un ejemplo santo. Demuestren que con el poder de Jesucristo pueden vivir libres de codicia, orgullo, envidia, lujuria, mala voluntad y desánimo. Denles lecciones sobre la diligencia, mayordomía y buena ética de trabajo. Cuando nació mi primer hijo, mi suegro me dijo: “Si les enseñas a tus hijos la sumisión y la diligencia, les habrás enseñado los dos principios mayores de la vida.” Ser fiable, de confianza y contento es de más valor que un vehículo nuevo.
Mateo 6:4, 6, 18
Padres, recompensen a sus hijos. Esto puede parecer una repetición de lo que notamos anteriormente en cuanto a las dádivas. Sin embargo, una recompensa es diferente a un regalo. La recompensa se gana; la dádiva es gratuita. Alaben a sus hijos por su obediencia y cooperación. Agradézcanles por los trabajos completados.
Al igual que con cualquier virtud, necesitamos usar de discreción para no crear una mentalidad que exige recompensas. Sin embargo, los hijos necesitan oír nuestra aprobación y nuestras palabras de aprecio y alabanza. Si expresamos únicamente desaprobación, los hijos se desaniman y dejan de poner esfuerzo. Si únicamente los castigamos por su desobediencia, en realidad terminamos recompensando sus fracasos. Traten de manera positiva con sus hijos y verán la recompensa.
Lucas 6:35
Padres, sean imparciales con sus hijos. Cada hijo es único y diferente. Son diferentes en personalidad y capacidades. Algunos sobresalen académicamente y otros en las artes. Los niños responden de una manera y las niñas de otra.
La parcialidad y el favoritismo en cualquier grado destruyen el respeto y la confianza. Favorecer a un hijo por encima de otro produce desánimo y derrota. Cada hijo necesita todo aprecio y aceptación.
Isaías 63:1
Padres, sufran junto con sus hijos. Realmente sufrir con una persona herida es la máxima expresión de amor. Es escuchar el llanto del herido y oír su latido emocional. Crecer no siempre es fácil; nuestros hijos necesitan nuestra comprensión y compasión a medida que enfrentan sus fracasos personales. Algunos sufren discapacidades y necesitan nuestra ayuda para enfrentarlas.
Padres, necesitamos socorrer a nuestros hijos. Para ello, es necesario invertir tiempo y dedicación. Préstenles atención. Pregúntenles sobre sus amistades y actividades escolares. Sean considerados respecto a sus temores y heridas. Denles respuestas.
Nuestro Padre celestial sí se preocupa mucho por sus hijos; se preocupa por usted y por mí. ¿No deberíamos preocuparnos igualmente por nuestros propios hijos? Ya que nuestros hijos forman su concepto de Dios principalmente a partir lo que ven en sus padres, ¿no deberíamos ser todo lo que corresponde a un padre santo y piadoso? Ustedes son los modelos que sus hijos han de seguir. Yo deseo ser un padre que, por medio de su ejemplo, conduce a sus hijos a bendecir a Dios y llamarlo Abba (Papá) Padre. Gracias, Jesús, por mostrarnos al Padre.
“Padres, ustedes son los modelos que sus hijos han de seguir”.
—Elvin Stauffer
“Por tanto, como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron” (Romanos 5:12). “Porque así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos serán vivificados” (1 Corintios 15:22).
Recientemente hablaba con unos jóvenes en la ciudad de Nueva York. Después de unos comentarios conflictivos sobre la creación y la evolución, uno de ellos dijo: “En mi opinión, la evolución y la Biblia coinciden muy bien”. Esta declaración pone de manifiesto el intento de muchos supuestos creyentes que profesan fe mientras defienden la idea de la evolución. Debido a la ignorancia del tema y su lealtad a la ciencia secular, los llamados cristianos se entregan al dogma evolutivo. Los medios de comunicación reafirman estas creencias con una dieta continua de información falsa y especulaciones.
Esta mezcla de fe con pseudociencia ataca los mismos fundamentos de la doctrina cristiana. La muerte de Jesús proveyó la sangre redentora para cubrir y terminar con el pecado. Cuando dio su sangre, conquistó la muerte que vino por medio del pecado. “Por cuanto la muerte entró por un hombre, también por un hombre la resurrección de los muertos. Porque así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos serán vivificados” (1 Corintios 15:21-22). Si la muerte no fuera resultado del pecado del hombre, y hubiese llegado a un mundo prehistórico, millones de años antes de la aparición del hombre, la redención de Jesús no habría vencido la muerte, ya que el pecado de Adán no habría sido la causa. La evolución coloca al hombre al final de una larga cadena de lucha, sufrimiento, muerte y sobrevivencia de multitudes de organismos biológicos. Aunque muchos religiosos renombrados han fraguado ideas para disimular este hecho, los evolucionistas lo entienden muy bien.
H.G. Wells (1866-1946), un historiador y escritor de ciencia ficción, dijo: “Si todos los animales y el hombre hubieran evolucionado en esta manera ascendente, no habrían existido los primeros padres, ni el Edén, ni la caída. Y si no existió la caída, se derrumba como un castillo de cartas toda la estructura histórica del cristianismo, la historia del primer pecado y la razón de una redención, sobre la cual se basa la presente enseñanza sobre las emociones y la moralidad cristiana”.
Estos inventos humanos rechazan las evidencias en el mundo de Dios y su Palabra. No son más que una mezcla falsa de la filosofía humana con la fe cristiana. Y dicha mezcla lleva a graves incongruencias. Por ejemplo, si todo era muy bueno en el Edén, ¿cómo puede ser que Adán y Eva tuvieran que labrar una tierra que ya abundaba con fósiles de criaturas muertas? La verdadera fe cristiana es la que cree y acepta la información que encontramos en la Palabra de Dios. Ya que dicha información es verdad, siempre estará en armonía con la observación científica. Es decir, concuerda con la evidencia observable y palpable. Las interpretaciones del hombre, llamadas “filosofía y huecas sutilezas” en la Biblia, son las que producen error y confusión (Colosenses 2:8). La evidencia física y el texto de las Escrituras es coherente: ambos atestiguan de la creación, la caída y la destrucción del primer mundo por un diluvio.
Uno de los intentos de conformar la fe cristiana a las largas eras de la evolución es declarar que antes de Adán hubo una raza de seres antropomorfos que no tenían espíritu ni alma. Estas criaturas llegaron a extinguirse, y luego aparecieron Adán y Eva para poblar la tierra. Esta idea originó en el año 1655 con Isaac LaPeyrere, un judío de Burdeos, Francia, que se había convertido al catolicismo. Él promovió el escepticismo acerca de la Biblia, lo que luego llamó “alta crítica”. LaPeyrere decía que la esposa de Caín y los habitantes de su ciudad eran descendientes de esta raza prehistórica. Aseguraba que Adán fue el primer judío, y que las varias razas gentiles eran descendientes de esta raza anterior. Así explicaba él la aparición de las distintas razas alrededor del mundo como los negros africanos, los chinos, los esquimales, los indígenas de América y los polinesios, entre otros. La supuesta existencia de esta raza preadámica llegó a ser la justificación intelectual para el racismo y la esclavitud.
Estas ideas pueden parecer exageradas, pero hoy el poligenismo (doctrina que admite variedad de orígenes para la especie humana) sigue siendo una columna de prejuicio y odio en grupos tales como los supremacistas blancos, los israelitas británicos, los de la Identidad Cristiana y algunos grupos del Ku Klux Klan. Otros movimientos cristianos populares hablan de seres antiguos “sin espíritu” para acomodar los supuestos fósiles antiguos con apariencia humana.
Las Escrituras hablan claramente del “primer hombre Adán” (1 Corintios 15:45) y que “Eva era madre de todos los vivientes” (Génesis 3:20). Otra vez vemos que las ideas resultan en consecuencias. Los asuntos de la vida primeramente se deciden en la mente, y luego se materializan por medio de las acciones. Tristeza y graves sufrimientos son las consecuencias de estos errores.
“Pero la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo” (Juan 1:17).
“Los asuntos de la vida primeramente se deciden en la mente, y luego se materializan por medio de las acciones”.
Existen numerosas evidencias en el registro fósil de que los hombres y animales fueron víctimas de la maldición que vino sobre la creación por causa del pecado de Adán. Por lo tanto, estos hombres y animales existieron únicamente después de Adán. Un antropólogo cristiano ha notado numerosas evidencias de pecado y enfermedad en restos humanos tales como canibalismo, violencia y enfermedades como la sífilis. Unos doscientos esqueletos humanos de neandertales procedentes de todo Europa muestran una deficiencia ósea de la vitamina D por falta de luz solar, llamada raquitismo. Esto probablemente se debió al ambiente nublado durante la era de hielo tras la destrucción del mundo por el diluvio y el hecho de que muchos, seguramente, habitaban en cuevas.
Hay evidencias de que la violencia abundaba entre los animales al igual que entre los hombres antes del diluvio bíblico (Génesis 6:13). Se han hallado numerosos casos de peces tragándose a otros peces. Algunos huesos muestran cicatrices de marcas dentales, y dos dinosaurios de diferentes especies fueron hallados fosilizados con las garras del uno metidas en el otro.
Adán y Eva se hicieron acreedores de la pena de muerte de la que se les había advertido (Génesis 3:17-19; 2:27; 3:3). Su pecado trajo muerte y sufrimiento, el gemir y dolor de toda la creación (Romanos 8:20-22). El Nuevo Testamento claramente dice que el calvario llegó para liberar a la creación de este proceso continuo de muerte. Es absurdo llamarse cristiano y rechazar la enseñanza de la Biblia, que es la única fuente de la fe y práctica cristiana.
La evolución provee una supuesta justificación para los que, en su orgullo, rechazan la doctrina del pecado original. El hombre hereda una naturaleza egoísta y mala de la cual necesita libertad espiritual. Basta con que observemos el mundo presente y lo que sucede cuando el hombre rechaza a Cristo y los principios cristianos. El hombre no puede salvarse a sí mismo.
“[Jesús], quien llevó él mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero” (1 Pedro 2:24). Ahora, ¡los que se arrepienten y aceptan la obra redentora de Cristo encuentran libertad! “Así que, si el Hijo os libertare, seréis verdaderamente libres” (Juan 8:36). Podemos ser libertados del pecado que obraba “en nuestros miembros llevando fruto para muerte” (Romanos 7:5) y de la muerte eterna después de esta vida.
La evolución es una religión de muerte: defiende un proceso que requiere la muerte de multitudes de criaturas para que haya un desarrollo. Al contrario, la esperanza del cristiano radica en la destrucción de la muerte en el calvario. ¡Jesús es el ministro de la vida y de vida abundante! (Juan 10:10). Todos los que creen y obedecen a Jesús reciben vida eterna y viven aun después de la muerte física, porque Jesús resucitó de la muerte.
¡Es una promesa! Todos los que creen en él resucitarán con él (1 Corintios 15:12-23).
La evolución es una de las principales herramientas de Satanás para impedirnos creer en Dios. La sutileza del engaño no es más que otra evidencia de que los sucesos de nuestro día no suceden por casualidad. Al contrario, nos encontramos en un campo de batalla. Satanás peleará hasta el fin por arrebatar las almas de los hombres.
El hombre procura mantener un pie en el mundo y también asegurarse el cielo. No obstante, el amor a Cristo y el amor al mundo siguen rumbos opuestos. No podemos amar a ambos. “No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él” (1 Juan 2:15).
Constantemente, Dios expone la verdad acerca de las personas. ¿Qué harás tú con Jesús? Jesús muchas veces toca nuestras comodidades para llamarnos la atención. Cuando toca nuestra seguridad, las invenciones más seguras (el castillo de cartas, según H.G. Wells) empiezan a derrumbarse.
Muchos se embriagan en las comodidades de la vida y no quieren pensar en cosas desagradables ni asumir ningún compromiso. Debemos creer correctamente. “No os dejéis llevar de doctrinas diversas y extrañas” (Hebreos 13:9). Por medio de leer, pensar y creer en la Palabra de Dios llegamos a conocer y experimentar la salvación.
Fuente: “Creation Magazine” (Revista creación), tomo 24, número 4.
—Roger L Berry
“Porque nuestras rebeliones se han multiplicado (…) el prevaricar y mentir contra Jehová, y el apartarse de en pos de nuestro Dios; el hablar calumnia y rebelión, concebir y proferir de corazón palabras de mentira. (…) La justicia se puso lejos; porque la verdad tropezó en la plaza, y la equidad no pudo venir” (Isaías 59:12-14).
Estas palabras parecen hablar de nuestro mundo moderno. ¡La verdad había tropezado en la plaza en los días de Isaías hace más de 2.500 años! La verdad, la verdad de Dios, está siendo desechada, sí, y aun pisoteada en las plazas de la sociedad moderna. Muchos dicen que no hay Dios; otros viven como si él no existiera.
La verdad es un bien que ya no se estima en la sociedad. En las audiencias judiciales las personas juran “decir toda la verdad y nada más que la verdad”, y usan el nombre de Dios o la Biblia como testigo. Sin embargo, es común que tuerzan la verdad o la desechen en el proceso. La juramentación se vuelve una farsa. En muchos juicios la verdad y los hechos realmente resultan bastante obvios, pero los aspectos técnicos y las presiones aparentemente paralizan al juez y al jurado al punto de que se les dificulta actuar sobre la verdad.
El rechazo a la verdad tan predominante hoy es solamente un resultado más de las filosofías humanistas y paganas que han infiltrado las escuelas, los hogares y casi toda institución de la sociedad moderna. Ni las iglesias se han librado. Los esposos y esposas se mienten y son infieles. En un mundo de competencia y rivalidad despiadada, la honradez en los negocios a menudo se tira por la borda. Muchos líderes políticos rehúsan divulgar la verdad; prefieren tergiversar los hechos para evadir la verdad. Algunos son descubiertos en sus mentiras, como nos lo recuerda el caso Watergate. Otros aparentemente se las arreglan, al menos por un tiempo.
Por medio de entregarnos a Dios podemos vivir por encima de la corrupción en nuestra sociedad; podemos desarrollar un mayor aprecio por la autoridad que nuestros vecinos y compañeros de trabajo. No es necesario que terminemos a la deriva y lejos de Dios, que es la única fuente de la verdad. El que conoce a Dios conoce la verdad.
“Dijo entonces Jesús: Si vosotros permaneciereis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos; y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres” (Juan 8:31-32).
Yo antes donaba sangre en el banco de sangre de mi localidad. Me pedían contestar una gran cantidad de preguntas; algunas muy personales. Todo para determinar si era seguro recibir mi donación de sangre. Al terminar de contestar las preguntas, una enfermera me daba un pequeño papel con dos calcomanías con códigos de barras. Entonces me daban una última oportunidad de indicar si creía que mi sangre no era segura, en caso de que hubiera mentido en una de las preguntas anteriores. Para ello, solo tenía que marcar una casilla en una de las calcomanías. Al principio me ofendió pensar que alguien dudara de mi palabra. ¿No me creían? Luego comprendí que aquel paso era necesario en nuestra sociedad. Sencillamente, la verdad ha tropezado en la plaza. Por otra parte, con mi fe anclada en Dios y su Palabra, la Biblia, puedo vivir una vida veraz. La verdad no ha tropezado en la vida de aquellos que siguen el plan de Dios para alcanzar salvación y dirigir su vida cotidiana.
Si queremos llevar vidas veraces, necesitamos nacer de lo alto y seguir a Jesús quien dijo: “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí” (Juan 14:6). Cuando conocemos a Aquel que es la verdad, conoceremos la verdad y la verdad nos hará libres (Juan 8:32). Seguiremos el ejemplo de Jesús de vivir una vida veraz.
Por medio de Jesús, Dios nos ofrece libertad de la mentira. La Biblia dice: “Por lo cual, desechando la mentira, hablad verdad cada uno con su prójimo; porque somos miembros los unos de los otros” (Efesios 4:25). Además, la Biblia nos recuerda que “todos los mentirosos tendrán su parte en el lago que arde con fuego y azufre, que es la muerte segunda” (Apocalipsis 21:8).
No necesitas estar atrapado por la mentira y el engaño de mundo que a su vez está bajo juicio. Puedes entregarle tu vida a Jesucristo y hallarás libertad y paz en él. ¿Quieres hacerlo hoy? Con una conciencia limpia podrás vivir la vida que vale la pena.
“No os he escrito como si ignoraseis la verdad, sino porque la conocéis, y porque ninguna mentira procede de la verdad” (1 Juan 2:21).
Tú eres el camino: únicamente a ti
Huimos de la muerte y el pecado;
Y el que busca al Padre,
Lo buscará, Señor, por ti.
Tú eres la verdad: únicamente tu Palabra
Imparte sabiduría en verdad;
Únicamente tú puedes informar la mente
Y purificar el corazón.
Tú eres la vida: la tumba abierta
Proclama tu brazo conquistador;
Y los que ponen su confianza en ti
No podrán ser dañados por la muerte ni el infierno.
Tú eres el camino, la verdad y la vida:
Concédenos conocer ese camino,
Guardar esa verdad, y ganar esa vida
Para gozar de ellas eternamente.
Jesús le habló a un hombre que vino a él buscando la verdad y la vida satisfactoria. Jesús le dijo: “De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios” (Juan 3:3). Quizá te preguntes, ¿cómo puedo nacer de nuevo? ¿Cómo puedo experimentar ese cambio que trae paz y sentido a mi vida? La Biblia nos muestra el camino.
Jesús dijo: “Yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia” (Juan 10:10).
“De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas” (2 Corintios 5:17).
“Si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo” (Romanos 10:9).
“Así que, arrepentíos y convertíos, para que sean borrados vuestros pecados” (Hechos 3:19).
Jesús dijo: “El que oye mi palabra, y cree al que me envió, tiene vida eterna; y no vendrá a condenación, mas ha pasado de muerte a vida” (Juan 5:24).
“Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame” (Lucas 9:23).
“Por tanto, de la manera que habéis recibido al Señor Jesucristo, andad en él” (Colosenses 2:6).
“Si vosotros permaneciereis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos” (Juan 8:31).
“Lo que hemos visto y oído, eso os anunciamos, para que también vosotros tengáis comunión con nosotros; y nuestra comunión verdaderamente es con el Padre, y con su Hijo Jesucristo” (1 Juan 1:3).
“Huye también de las pasiones juveniles, y sigue la justicia, la fe, el amor y la paz, con los que de corazón limpio invocan al Señor” (2 Timoteo 2:22).
“Así que, los que recibieron su palabra fueron bautizados (…) Y perseveraban en la doctrina de los apóstoles, en la comunión unos con otros” (Hechos 2:41-42).