Relación del énfasis carismático a la gran apostasía

Cuando un nuevo movimiento o énfasis entra en la iglesia, estamos obligados a probar a los espíritus, ya sean de Dios o de otra fuente. El Espíritu Santo vino para revelarnos a Jesús de modo que Le temamos y obedecemos. Después de todo, la simple prueba es si obedecemos Sus palabras o no.

“Amados, no creáis a todo espíritu, sino probad los espíritus si son de Dios; porque muchos falsos profetas han salido por el mundo. En esto conoced el Espíritu de Dios: Todo espíritu que confiesa que Jesucristo ha venido en carne, es de Dios; y todo espíritu que no confiesa que Jesucristo ha venido en carne, no es de Dios; y este es el espíritu del anticristo, el cual vosotros habéis oído que viene, y que ahora ya está en el mundo” (1 Juan 4:1–3).

Cuando un nuevo movimiento o énfasis entra en la iglesia, estamos obligados a probar a los espíritus, ya sean de Dios o de otra fuente.

Nuestra unión bíblica con Dios y con nuestros semejantes es a través del arrepentimiento ante Dios y la fe en nuestro Señor Jesucristo. Esto incluye todo lo que las Escrituras enseñan, de lo cual Hebreos 6:1, 2 nos dice que la base es el arrepentimiento de obras muertas, la fe en Dios, la doctrina de bautismos, la imposición de manos, la resurrección de los muertos, y el juicio final. Los hombres que de verdad han vuelto a nacer como resultado del arrepentimiento y la fe, aman a Dios y guardan Sus mandamientos. La desobediencia a la Palabra de Dios es pecado y habrá de separanos de Él y mantenernos fuera del cielo. Creer en el juicio final y en la justicia de Dios hace que los hombres crean y tiemblen cuando habla Dios. Esto los lleva a analizar cuidadosamente sus propias prácticas con relación a esta vida y a sus semejantes, y a enmendarse a fin de agradar a Dios en todo.

En el actual énfasis carismático observamos que ésta no es la regla. El énfasis doctrinal cambia de la persona de Jesucristo a la persona del Espíritu Santo. En lugar de enfatizar la importancia de obedecer a Cristo y a Sus mandatos, el énfasis está en obedecer al Espíritu. No podemos separarlos. El Espíritu Santo dio a los hombres la orden de escribir. Es la Palabra de Jesucristo. Jesucristo es la Cabeza de la iglesia. El Espíritu Santo está determinado a revelarnos Jesús de modo que podamos exaltarlo y obedecerlo. Cuando vemos a hombres y mujeres que se supone están experimentando la plenitud y los dones del Espíritu Santo caminar con evidente inmodestia, adornados de joyas y oro, mujeres con el pelo cortado, hombres y mujeres ignorando algunas de las disposiciones dadas a la iglesia y violando varios mandamientos, como no estar unidos desigualmente a incrédulos, estar separado del mundo, no vestirse como el mundo, el divorcio y el volverse a casar, la no resistencia, y no prestar juramentos, preguntamos honradamente a qué espíritu pertenecen. Estos mandatos nos ponen a prueba, si hemos de obedecer o no a Dios. Cuando los hombres rehusan obedecer a Dios en guardar estos mandamientos, los cuales están expresados en forma sencilla en las Escrituras para que todo aquel que sepa leer pueda comprender, están demostrando que no son de Dios porque no cumplen la doctrina de Cristo. No nos engañemos. “Cualquiera que se extravía, y no persevera en la doctrina de Cristo, no tiene a Dios; el que persevera en la doctrina de Cristo, ése sí tiene al Padre y al Hijo. Si alguno viene a vosotros, y no trae esta doctrina, no lo recibáis en casa, ni le digáis: ¡Bienvenido! Porque el que le dice: ¡Bienvenido! participa en sus malas obras” (2 Juan 9–11). La barrera no es sectaria, sino bíblica.

Existe una obediencia exagerada al Espíritu en dar testimonio y en llevar el conocimiento de Jesucristo a los descarriados en oposición a lo que enseñan las Escrituras sobre la regeneración personal y el discipulado primero, y después ir a los descarriados. Hay un énfasis que coloca el discipulado al nivel de un servicio más bien que al nivel de una obediencia a los mandatos de Dios. Esta es también una idea falsa.

El énfasis carismático abre paso y da licencia a la expresión individualista o la voluntariedad, no la voluntad de Dios. Existe una fuerte corriente de individualismo en nuestra sociedad hoy, dentro y fuera de la supuesta iglesia cristiana. Dice así: “No quiero que nadie me diga lo que debo hacer. Soy una persona libre”. Los líderes de la iglesia han abierto paso a esta demanda sin restricción a través del énfasis carismático. Lo consideran un mecanismo de escape en el que pueden decir: “Estamos entrando en una nueva era en la iglesia, una era en la que el Espíritu Santo controla a cada miembro. Esto significa que no sabemos lo que hará un individuo o cómo actuará”. Y todo y cualquier cosa que hace bajo pretexto de la influencia del Espíritu Santo debe considerarse como una nueva expresión del Espíritu Santo de nuestra época.

La regeneración, aparentemente, no es la base para la unidad o para experimentar los dones carismáticos. No todos los que están envueltos en las maniobras ecuménicas de este tipo de confraternidad, creen en el Nuevo Nacimiento, en el sentido evangélico, como parte de su doctrina y credo. Esto facilita que se incluya en la confraternidad a gente de cualquier supuesta fe. Así vemos cómo surge una nueva base para la unidad en la iglesia.

Esta base falsa hace fácil que se abandone la identificación y conformidad exterior con la Palabra. El cuidado de los santos en las generaciones pasadas por hallar y mantener una práctica uniforme de cada mandato y principio que Dios expresa en Su Palabra es por deducción considerado una actitud muy innecesaria y tal vez santurrona.

Así vemos que en estas varias formas la autoridad de Dios es dejada a un lado y la individualidad del hombre se acrecienta. ¿No es esto básicamente el modelo de la apostasía?

Dios, en Su amor y misericordia, nos ha proporcionado un plan de salvación, el cual Él ha expresado claramente en las Sagradas Escrituras. Una parte de esto es probar si abandonaremos nuestra propia voluntad y sistema de vida, los deseos y pasiones de la carne, y seguiremos a Él en simple obediencia. Por tanto, cualquier obra que Dios realice en el corazón y la vida de un individuo por medio de Jesucristo, del Espíritu Santo, de las Sagradas Escrituras, o de cualesquiera otros medios va a hacer que esa persona esté más conforme con la obediencia literal a los mandamientos que Él ha expresado en Su Palabra.

El Espíritu Santo es la tercera persona en la Divinidad. Como tal, nos dicen las Escrituras, Él nos revela a Jesucristo, quien ha hecho todas las cosas para nuestra salvación eterna. Hechos 5:32 nos dice que Él se da a aquellos que obedecen a Dios. Cuando Sansón desobedeció a Dios, el Espíritu del Señor se alejó de él. Cuando los supuestos cristianos de hoy desobedecen a Dios, el Espíritu de Dios se aleja de ellos. No sabemos exactamente dónde Dios fija el límite. Entonces cuando experimentan obras especiales del Espíritu en sus vidas, no es el Espíritu de Dios, sino que debe ser otro espíritu. Guardémonos, no sea que entremos en el espíritu de la apostasía al abandonar las formas y reglas bíblicas, que son expresiones fieles y prácticas de la doctrina de Cristo, y al adoptar de individualismo bajo el disfraz de la obra del Espíritu Santo. Guardémonos de no blasfemar contra Dios. Aunque no podemos verter al Espíritu Santo en una cierta forma o molde, sí sabemos que la manera de conocer si la conducta de un individuo es o no es el fruto de la obra del Espíritu Santo es probándolo con las Sagradas Escrituras. Para este propósito Dios nos ha dado la Palabra de modo que podamos juzgar el fruto de aquellos que nos rodean. De la misma manera, otros pondrán a prueba nuestro fruto para conocer si somos de Dios o no. En el Día del Juicio todos los hombres habrán de ser juzgados según sus obras, y la Palabra de Dios será la norma por la que sus obras serán juzgadas.

¿Por qué dicen las Escrituras: “No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos”? (Mateo 7:21). “¿Por qué me llamáis, Señor, Señor, y no hacéis lo que yo digo? Todo aquel que viene a mi, y oye mis palabras y las hace, os indicaré a quién es semejante. Semejante es al hombre que al edificar una casa, cavó y ahondó y puso el fundamento sobre la roca; y cuando vino una inundación, el río dio con ímpetu contra aquella casa, pero no la pudo mover, porque estaba fundada sobre la roca. Mas el que oyó y no hizo, semejante es al hombre que edificó su casa sobre la tierra, sin fundamento; contra la cual el río dio con ímpetu, y luego cayó, y fue grande la ruina de aquella casa” (Lucas 6:46–49).

Después de todo, en las palabras de Jesús, la simple prueba es si obedecemos Sus palabras o no, no importa cuán razonables o irrazonables nosotros creamos que son, en la vanidad de nuestra mente. No olvidemos las palabras de Jesús: “Él que me ama, mi palabra guardará. Él que no me ama, no guarda mis palabras” (Juan 14:23, 24). Pablo escribe: “No os engañéis; Dios no puede ser burlado: pues todo lo que el hombre sembrare, eso también segará” (Gálatas 6:7). Obedecer a Dios es expresar una fe viviente en Él, con la cual reconocemos que Él es el mejor juez y que nosotros no dudamos de Su sabiduría o Su propósito en pedirnos que cumplamos éste o aquel mandato. Cuando pasamos por alto esta simple fe en Dios y después declaramos una gran fe al experimentar la obra del Espíritu Santo en nuestras vidas, estamos de verdad engañados.

Damos gracias a Dios por la paz profunda y duradera y por el regocijo inefable y glorioso que son nuestros mientras confiamos con fe sencilla en Su Palabra. Es entonces que realmente podremos decir con total esperanza “Sí, ven, Señor Jesús”.

—Pablo M. Landis

El texto bíblico ha sido tomado de la versión Reina-Valera © 1960 Sociedades Bíblicas en América Latina; © renovado 1988 Sociedades Bíblicas Unidas. Utilizado con permiso.
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