El cristiano y la política

El reino de Dios existe independientemente de los reinos de este mundo. No hace ningún pacto con otros reinos. Ese reino no se define por fronteras, ni culturas ni lenguas. Aunque somos de otro reino, el cristiano busca maneras de servir en el reino terrenal como Cristo lo haría.

Era el año 312, y los dos emperadores romanos se encontraban en un enfrentamiento militar, un enfrentamiento que cambiaría el Imperio Romano para siempre. El enfrentamiento determinaría quién quedaría con el control total del imperio. El emperador Constantino marchaba hacia Roma con el fin de consolidar el imperio bajo su mano. El emperador Majencio salió a su encuentro junto al río Tíber, donde tuvo lugar la batalla del puente Milvio. Constantino con un ejército de 40.000 hombres derrotó al ejército de 100.000 tropas de Majencio. En seguida se proclamó vencedor y marchó hacia la ciudad de Roma y la puso bajo su autoridad.

La consolidación del Imperio Romano fue un evento trascendental en aquellas épocas. Sin embargo, lo que sucedió en la tarde del día anterior en la batalla del puente Milvio, ha tenido un efecto aún más duradero en el mundo. Un historiador romano cuenta que al atardecer el 27 de octubre, Constantino miró hacia el sol que estaba a punto de ponerse y vio un signo similar a una cruz y las palabras “Con este signo vencerás”. Al día siguiente, el ejército de Constantino marchó hacia la victoria con la cruz delineada en los escudos y las banderas. De allí en adelante, la actitud de Constantino hacia el cristianismo cambió para siempre.

Hasta ese momento, la persecución que la iglesia había sufrido a manos de los romanos era muy extensa y desenfrenada. En ciertas partes del Imperio Romano, la persecución persistía a estas alturas y los creyentes que rehusaban sacrificar incienso al emperador o participar en las actividades paganas, sufrían terriblemente. Algunos perdían sus propiedades, otros sufrían el exilio, y en algunos casos padecían tortura y hasta la muerte.

En el año posterior a la victoria de Constantino, se vio un cambio drástico en la política de Roma hacia el cristianismo. El “Edicto de Milán” trajo al Imperio Occidental una nueva tolerancia hacia los cristianos. Incluso, en algunos casos los creyentes se vieron favorecidos con la nueva política. La persecución terminó. El gobierno devolvió las propiedades que había confiscado. El emperador Constantino empezó a favorecer a los cristianos por encima de la población en general, dándoles a ellos posiciones de honor en el gobierno.

Aunque el cristianismo no pasó a ser la religión del estado romano durante la vida de Constantino, él sí sentó muchos precedentes a que sucediera. Constantino mismo empezó a ejercer un doble papel. Además de ser el emperador secular, se le atribuyó la responsabilidad de imponer sobre su imperio nuevas formas de adoración y la doctrina cristiana. Las cosas no cambiaron de la noche a la mañana, aunque empezaron a moderarse algunas de las leyes más severas para llegar a ser más tolerantes y “cristianizadas”. En lugar de crucificar a los criminales, se empezó a utilizar la horca. Los derechos de los dueños de esclavos fueron restringidos, aunque siempre se les permitía matar a golpes a sus esclavos.

Con todo, estos cambios iniciaron una controversia. Para algunos, la idea de un “emperador cristiano” era lo mejor que pudo haber en un gobierno. El cristiano en autoridad tiene la posibilidad de influir para el bien de la sociedad. Él está en condiciones de crear leyes que defiendan la decencia y la moralidad y que protejan a los cristianos de la persecución. Por otra parte, muchos criticaban fuertemente este “matrimonio” entre la iglesia y el estado por ser una profanación de la novia pura de Cristo.

Esa controversia todavía sigue hoy día. Muchos creen que la iglesia debe ser sal y luz en esta sociedad por medio de participar activamente en el gobierno. Creen que debemos influir en la sociedad por medio de leyes. Ellos creen que debemos pelear contra la maldad por medio de litigios legales y por medio de participar en los comicios electorales. Pero, vamos a hacernos unas preguntas: ¿Es saludable para la iglesia participar en estos asuntos? ¿Le ha hecho bien a la iglesia? ¿Ha sido lo mejor aun para la sociedad? Y sobre todo, ¿es éste el método que Jesús especificó para que sus seguidores ejercieran su influencia sobre el mundo?

Muchos cristianos que participan en el gobierno de esta forma citan los ejemplos del Antiguo Testamento como justificación. Dios había llamado al pueblo de Israel a ser no sólo su pueblo escogido, sino también una entidad política. Él especificó bien la estructura del gobierno terrenal dirigido por Dios. Él mandó que sus ejércitos eliminaran a las naciones enemigas y dijo que David, un hombre de guerra, era un “un varón conforme a su corazón”. La parte espiritual con la parte terrenal de la nación de Israel estaban engranadas perfectamente.

Pero aun en el tiempo del pueblo de Israel, Dios ya nos adelantaba que su reino no funcionaría de esta forma en el futuro. En las profecías del Antiguo Testamento podemos captar vistazos de un reino de amor, un futuro reino sin armas de guerra, y una reconciliación y paz entre enemigos. No tamos en la interpretación que hace Daniel del sueño de Nabucodonosor (Daniel 2:31-45), que la roca que hirió los pies de las naciones, después llega a ser un monte que llena la tierra. Así el glorioso reino de Cristo se extiende y llega al corazón humano por todas partes del mundo. En la vida de Jesús vemos la actitud que deben tener los ciudadanos de este reino espiritual. Cuando Satanás le ofreció todos los reinos del mundo, Jesús los rechazó. Cuando los judíos querían tomarlo y hacerlo un rey terrenal, Jesús se escapó. Cuando los discípulos buscaron ejercer cierta autoridad temporal, él les mostró que era más noble servir que ejercer poder. Cuando Pilato lo interrogaba, Jesús hizo una distinción clara entre los reinos de este mundo y el reino de los cielos cuando dijo: “Mi reino no es de este mundo”. Mientras Jesús estuvo aquí en este mundo, él vivió, sirvió, y murió como extranjero, como ciudadano de otro reino. Así también debemos vivir nosotros, sus siervos.

El reino de Dios existe independientemente de los reinos de este mundo. El reino de Dios no hace ningún pacto terrenal con otros reinos, ninguna alianza con las naciones de aquí, y no tiene ningún reparo en ser único. Ese reino no se define por fronteras, ni culturas, ni lenguas. El reino de Dios no encaja en el marco de ningún gobierno humano, y tampoco tiene que coexistir pacíficamente con algún gobierno terrenal para sobrevivir. Es un reino de amor, un imperio de paz. Mucho tiempo después de que los ejércitos e imperios de este mundo hayan dejado de existir, el reino de los cielos permanecerá, porque su “arquitecto y constructor es Dios” (Hebreos 11:10).

Hay dos verdades espirituales que componen el fundamento de la actitud de la iglesia para con la institución gubernamental humana:

Primero, creemos firmemente que el gobierno es instituido por Dios, y que Dios es el que pone reyes y los quita según su voluntad (Daniel 2:21; Romanos 13:1). Por lo tanto, él controla de manera soberana los asuntos del gobierno, y nosotros sus seguidores, podemos pedir que él haga su voluntad aquí en la tierra y podemos confiar en que lo hará.

En segundo lugar, creemos firmemente que el creyente es ciudadano del cielo, y esto lo convierte en extranjero y peregrino aquí en la tierra (Hebreos 11:13).

Encontramos este mismo fundamento en los escritos de los apóstoles del Nuevo Testamento, quienes enfrentaron situaciones muy difíciles bajo el gobierno injusto y violento de aquel entonces. Esos escritos instaban a los creyentes a ser buenos ciudadanos y pagar los impuestos que se les imponían, pero nunca encontraron en ellos razón alguna para creer que debían participar en protestas o rebeliones sociales o políticas.

El creyente cree que el soberano Dios lleva a los hombres, aun a los impíos, a posiciones en los gobiernos, y que nosotros debemos someternos a ellos (Romanos 13:1-8). No debemos obedecerlos por temor a las consecuencias de la desobediencia, sino por la conciencia nos impulsa a someternos a una institución puesta por Dios. Por eso obedecemos a las autoridades, las respetamos, y también pagamos los impuestos.

El creyente se somete a las leyes humanas como al Señor (1 Pedro 2:13-15), siempre y cuando no violen las leyes superiores puestas por Dios (Hechos 5:29). Al someternos a las autoridades terrenales y mostrarles el debido respeto, estamos mostrando nuestra lealtad a una ley y autoridad más alta, la del reino de Dios.

El creyente ora por sus líderes (1 Timoteo 2:1-2). Le rogamos a nuestro Rey que les dé a los líderes terrenales la sabiduría y el entendimiento necesarios de manera que nosotros podamos vivir una vida piadosa en este mundo. El creyente es la sal y la luz de la tierra, no a través de procurar buenas leyes ni por medio de ejercer oficios en el gobierno, sino por medio de andar con un Dios santo en medio de una sociedad malvada.

Muchas preguntas prácticas surgen cuando se considera el concepto de dos reinos. Notemos algunas: ¿Hasta qué punto puede el ciudadano del cielo participar en los asuntos del gobierno terrenal? ¿Pudiera el creyente, consciente de la voluntad de Dios, ejercer las responsabilidades del presidente? ¿Pudiera el creyente servir en calidad de juez? ¿Pudiera él servir como alcalde o como miembro de un gobierno local? ¿Pudiera él servir en un comité local de acueductos? No encontramos mandamientos en la Biblia que se dirijan directamente a estos casos. Sin embargo, encontramos principios en la Biblia que rigen sobre cualquier tipo de gobierno que el hombre pueda inventar. Notemos una lista de principios que pueden servir de guía para los ciudadanos del reino de Dios:

  1. El creyente no ha sido llamado a posiciones de preeminencia para que gobierne sobre otros, sino que ha sido llamado a servir humildemente (Mateo 20:25-26).
  2. No le corresponde al creyente la tarea de hacer cumplir las leyes terrenales; eso le corresponde a los súbditos del reino terrenal (Romanos 13:4). El creyente es llamado a amar, perdonar, y volver la otra mejilla en vez de resistir al enemigo (Romanos 13:8; Mateo 5:39).
  3. El creyente no es llamado a ser juez sobre los demás. Jesús mismo no se puso como juez cuando estuvo aquí en la tierra (Lucas 12:14). ¡Cuánto menos debemos nosotros juzgar a otros y condenarlos!
  4. El creyente no ha sido llamado a usar la fuerza ni a portar armas contra los enemigos de otras naciones. Como discípulos de Jesús, tenemos sólo un enemigo, y ése es el enemigo espiritual. Mostramos la actitud que tenía Jesús… él vino a buscar y a salvar a los perdidos; él no vino para destruir (Lucas 19:10). Creemos que su misión no distingue nacionalidades ni conoce fronteras.
  5. El creyente tiene que ocuparse en aquello que es bueno y útil para otros (Tito 3:8).
  6. En algunos casos, el creyente puede gozar de los privilegios que el gobierno de su país le ofrece como vemos en el ejemplo de Pablo cuando apeló a César (Hechos 25:9-11). El creyente en muchos casos utiliza los servicios públicos como el servicio de hospitales del gobierno, las carreteras, los beneficios sociales, y las protecciones civiles que el gobierno ofrece, pero no los considera como derecho que debe reclamar.

Aunque somos de otro reino, buscamos maneras de servir en este reino terrenal como Cristo lo haría.

La democracia es la forma de gobierno que ha ganado popularidad en muchos países del mundo. Aunque este sistema quizá provea muchas libertades para sus ciudadanos, también puede ser una trampa para el creyente. La palabra “democracia” sencillamente significa “gobernado por el pueblo”, o “representación con igualdad”. Este hecho en sí nos confronta con una decisión que no enfrentaron los creyentes del primer siglo. En muchos países no sólo es fácil tomar parte en el gobierno, sino que se nos anima a hacerlo. Nosotros, los creyentes que vivimos en países democráticos, debemos recordar que la democracia no es más que uno de los métodos que las culturas impías utilizan para gobernarse. Los mismos principios que regían para los creyentes y su relación con el gobierno en el tiempo del apóstol Pablo, también rigen para nosotros hoy día, sea cual sea el sistema de gobierno.

En el sistema democrático, los gobernantes no llegan a su posición por su propia fuerza. Su puesto descansa sobre los votos del pueblo. Es decir, ellos son apoyados y llegan a su puesto por el pueblo que votó a su favor. En ese caso, ¿debo yo como creyente votar en los comicios electorales? Si yo doy mi voto, me hago partícipe de un reino que no está de acuerdo con los principios del reino de mi Rey. Si el hombre por quien yo voté obtiene la posición deseada, gobernará apoyado por mí aunque gobierne de manera perversa porque yo contribuí a que él alcanzara esa posición.

¿Sería correcto que el creyente ejerza un doble papel? ¿Era la visión de Constantino para un “imperio cristiano” la misma visión que Jesús tuvo para su iglesia? Cuando consideramos la naturaleza de los dos reinos, cuando consideramos las metas, los métodos, y los recursos de estos dos reinos, tenemos que concluir que no pueden ser compatibles de ninguna manera.

Jesús dijo así: “Los reyes de las naciones se enseñorean de ellas, y los que sobre ellas tienen autoridad son llamados bienhechores” (Lucas 22:25). Éste es el concepto del mundo del servicio público: procurar una posición alta para luego ejercer señorío sobre otros. Pero Jesús dice que sus seguidores no viven de esta forma. El mundo busca la manera de aprovecharse de otros mientras el creyente busca la manera de servir y ayudar a los demás. Las naturalezas de estos dos reinos no son compatibles.

La naturaleza de la política es orgullosa, de auto exaltación, y rivalidad. En cambio, la naturaleza de Jesús es humilde… tan humilde que desciende para servir de una manera desinteresada.

En la política, por lo general, se busca favorecerse, promoverse, y protegerse. La naturaleza de Jesús es servir, dar de sí a otros, y derramar su vida por otros.

Se utiliza la política para cumplir un papel dentro de un reino imperfecto que durará sólo por un tiempo. En cambio, los seguidores de Jesús pertenecen al reino eterno, el que nunca terminará.

La participación de la iglesia en los asuntos del estado es un experimento que se ha probado a lo largo de la historia desde Constantino. De maneras muy limitadas, se puede decir que la iglesia en posiciones de autoridad ha ejercido cierta influencia moral externa sobre la sociedad depravada. Pero esa influencia tiene poca fuerza para llevar a la sociedad perversa a la rectitud moral. Más bien, cuando la iglesia busca desempeñar el papel que Dios ha reservado para el gobierno civil, el reino de Satanás ha influido negativamente en la iglesia, causando decadencia y pérdida de la fuerza espiritual.

En el año 2007, un conocido pastor evangélico dejó su ministerio y se lanzó como candidato para la presidencia. “Un pastor evangélico para presidente” era el sueño de muchas personas. Seguramente, el presidente cristiano podría usar su influencia para frenar la maldad de la sociedad y promover tanto los valores cristianos como el cristianismo mismo. Pero no fue elegido. Cuando se le preguntó si va a volver a su ministerio en la iglesia, su respuesta fue: “No, los asuntos de Dios no son un juguete”. Hay que tomar una decisión entre los dos reinos, y él la había tomado.

La iglesia que juega con la política del mundo está en un juego peligroso, y pierde mucho más de lo que jamás podría ganar. No puede servir a dos señores. No puede amar al mundo sin perder el amor al Padre. No puede trabar amistad con el mundo sin perder su amistad con Cristo.

Dos reinos. Una sola decisión. Pero tenga cuidado de no terminar en el lado equivocado del versículo en Daniel 2:44: “…ni será el reino dejado a otro pueblo; desmenuzará y consumirá a todos estos reinos, pero él permanecerá para siempre”. ¿Está usted sirviendo fielmente en el reino de Dios? Es hora de escoger en cuál de estos dos reinos serviremos. El fin llegará. Sólo un reino permanecerá. Benditos los que aman al Rey de reyes y lo sirven.

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Brian Yoder
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