El Dios inmutable

¿Sabes que hay cosas que Dios no puede hacer? Aunque él sea todopoderoso, su carácter inmutable no permite que él cambie. Dios, así como su palabra y sus promesas, es inmutable. ¿Cuál será nuestra respuesta a la inmutabilidad de Dios?

Isaac se estremeció incontrolablemente. Había llamado a su primogénito, Esaú, para darle la bendición ancestral y el testamento de la primogenitura. Esaú había preparado la caza predilecta de su padre para la ocasión y ahora esperaba, inclinado ante él.

Esaú observa cómo se estremece su padre y duda a qué se debe. Obviamente, ha ocurrido algo grave. Sucede que Jacob, el hermano menor de Esaú, se le había adelantado. Fingiendo ser el hermano mayor, Jacob había tomado por engaño la bendición. Y de acuerdo con la ética y los valores que regían en aquella época, sería imposible revocar lo que el padre había pronunciado. Las palabras que articula el anciano padre enseguida caen en los oídos de Esaú como una bomba, como un amargo ultimátum. Dice: “¿Quién es el que vino aquí, que trajo caza, y me dio, y comí de todo antes que tú vinieses? Yo le bendije, y será bendito” (Génesis 27:33).

Quizá te preguntas por qué doy esta anécdota para introducir el tema de la inmutabilidad de Dios. Permíteme explicar. Antiguamente, la palabra “inmutable” se usaba como un término técnico en la transcripción de testamentos. Significaba que, bajo ninguna circunstancia y sin ninguna excepción podía revocarse o cambiarse lo pronunciado.

Así es Dios... inmutable

¿Sabes que hay cosas que Dios no puede hacer? Aunque él sea todopoderoso, su carácter inmutable no permite que él cambie. 2 Timoteo 2:13 dice: “Él no puede negarse a sí mismo”. Es decir, Dios no puede ser infiel. Él no puede mentir. Él nunca tiene la necesidad de cambiar su posición, ni modificar lo que ha pronunciado, ni revisar sus propósitos y obras a causa de un error o alguna deficiencia. Tampoco tiene que actualizar sus programas y leyes para ajustarlos a las circunstancias e ideas cambiantes del hombre. El camino de Dios es perfecto (Salmo 18:30). Él nunca cambia.

El mundo no entiende la inmutabilidad de Dios. Es un principio que no encaja en la ciencia humana. No existe ninguna ley natural que pueda definirla, como tampoco ninguno de los otros atributos de Dios. Los científicos han descubierto los componentes de toda clase de materias, hasta lo más diminuto. Pero, ¿con qué fórmula pueden definirse los componentes de este glorioso carácter de Dios? Pues, consiste en una ley que se descubre y se explica sólo por medio de la fe. Me encantan las palabras de Hebreos 11:3. Dice así: “Por la fe entendemos…”

Analicemos unas características de la inmutabilidad de Dios. Después, examinemos cuál debe ser nuestra respuesta.

Su existencia es inmutable

Nosotros, como seres humanos, constantemente sufrimos cambios de variadas formas. En conformidad con la ley de la naturaleza, nacemos, crecemos, nos reproducimos, y morimos. También cambiamos en nuestra forma de ser. Cuando niños, hablamos, pensamos, y juzgamos como niño. Pero, conforme vamos creciendo, dejamos lo que era de niño y entramos en una etapa de madurez. Luego nos envejecemos y finalmente, morimos. Es decir, constantemente sufrimos cambios.

Pero Dios es inmutable en su existencia. Él es el mismo desde la eternidad hasta la eternidad. Nunca se envejece. Nunca fue menos de lo que es hoy y nunca será más, pues es infinito. Nunca crecerá en conocimiento y amor, porque él es enteramente perfecto. “Para siempre es su misericordia”, cantó el salmista, “y su verdad por todas las generaciones” (Salmo 100:5).

El salmista también testifica de que los cielos y la tierra “perecerán, más tú [Dios] permanecerás… tú eres el mismo” (Salmo 102:26-27). Dios para siempre es el mismo.

Sus promesas son inmutables

La Biblia da un ejemplo claro de la inmutabilidad de las promesas de Dios. Es la promesa que Dios le dio a Abraham. El escritor de Hebreos resume esta promesa diciendo: “De cierto te bendeciré con abundancia y te multiplicaré grandemente” (Hebreos 6:14). Véase también Génesis 22:16-18. Esta promesa se cumplió en Jesús unos dos mil años más tarde.

Después, el escritor de Hebreos confirma la inmutabilidad de lo pronunciado, diciendo: “Por lo cual, queriendo Dios mostrar más abundantemente a los herederos de la promesa la inmutabilidad de su consejo, interpuso juramento, para que por dos cosas inmutables, en las cuales es imposible que Dios mienta, tengamos un fortísimo consuelo” (Hebreos 6:17-18). Las dos cosas inmutables de que habla aquí son la promesa de Dios y el juramento de que no se retractaría de lo que había pronunciado.

A través de los años, desde Abraham hasta Jesús, Dios afirma vez tras vez que él no revocará su promesa. Aunque su pueblo Israel le fuera infiel, él permanecería fiel. En Jeremías 31:37, Dios reta a su pueblo que si alguno alcanzara a medir los cielos y explorar los fundamentos de la tierra, sólo así pudieran decir que él sería capaz de revocar su promesa.

Así es Dios con sus promesas. “Porque yo Jehová no cambio”, dice él en Malaquías 3:6. En sus promesas no existe la posibilidad de que ayer eran “sí” y que mañana serán “no”. “Porque todas las promesas de Dios son en él Sí, y en él Amén” (2 Corintios 1:20). Aun Balaam, el profeta caído y codicioso de la recompensa de la maldad, profirió: “Él [Dios] dijo, ¿y no hará?” (Números 23:19).

Dios nunca tendrá que revisar su agenda para ver si aún podrá cumplir lo que ha anunciado. La garantía de sus promesas tiene en todo el respaldo de su existencia. Es “un fortísimo consuelo” y una “segura y firme ancla del alma” (Hebreos 6:18-19).

Su palabra es inmutable

Tu palabra es verdad”, concretó Jesús en su oración (Juan 17:17). ¿Qué quiso decir con esto? Primero, con decir “tu palabra”, vemos que es un mensaje que proviene de Dios. Es la expresión que procede no sólo de la boca de Dios, sino de su corazón. Así que, si Dios es inmutable, su Palabra también lo es.

Después, con decir “es verdad”, entendemos que lo que Dios dice es absoluto. El significado de su Palabra nunca cambia ni con el pasar de los años ni con el cambiar de los tiempos. Dios nunca tiene que actualizar los datos de la ciencia. Si la ciencia revela algo que no armoniza con la Palabra de Dios, ¿quién está en error: ¿la Palabra de Dios o la ciencia? Tampoco es necesario actualizar la interpretación de la Palabra de Dios para ajustarla a los cambios de los tiempos y de las reglas éticas de la nueva era.

El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán”, dijo Jesús en Mateo 24:35. En el Salmo 119:89-90, David confiesa: “Para siempre, oh Jehová, permanecerá tu palabra en los cielos. De generación en generación es tu fidelidad”.

Esto me lleva a una amonestación que nos da el escritor de Hebreos. Dice: “Acordaos de vuestros pastores, que os hablaron la palabra de Dios; considerad cuál haya sido el resultado de su conducta, e imitad su fe. Jesu - cristo es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos” (Hebreos 13:7-8).

Parece que esta epístola fue dirigida a creyentes de la segunda generación de la iglesia. También el contexto da a entender que los tiempos estaban cambiando. Nuevos maestros con ideas ajenas a lo que habían enseñado los apóstoles estaban apareciendo en la iglesia. Algunos estaban reinterpretando las Escrituras. Se veían indicios claros de apostasía.

El escritor de Hebreos se muestra preocupado por la iglesia. Él amonesta a los creyentes que se acuerden de la Palabra de Dios que habían enseñado los apóstoles, que consideren su conducta, y que imiten su fe. Finalmente, recalca la inmutabilidad de la doctrina que se les había enseñado cuando dice: “Jesucristo es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos”. Es decir, la verdad del Evangelio de Jesús tal y cómo la habían enseñado los apóstoles nunca cambiará. Lo que significaba para ellos en su tiempo y lugar, ha significado para cada generación y lugar hasta el día de hoy.

Su luz es inmutable

¿Qué es la luz inmutable de Dios? Observemos lo que dice el apóstol Santiago. “Amados hermanos míos, no erréis”; es decir, no se engañen ni anden vagando como si estuviesen sin norte y sin luz. Sigue diciendo: “Toda buena dádiva y todo don perfecto desciende de lo alto, del Padre de las luces, en el cual no hay mudanza, ni sombra de variación. Él, de su voluntad, nos hizo nacer por la palabra de verdad, para que seamos primicias de sus criaturas” (Santiago 1:17-18).

Primero, vemos que Dios es “Padre de las luces”. Él es la fuente de iluminación, y el progenitor y la fuente de toda buena dádiva y don perfecto. A Dios le agrada dar cosas buenas a sus hijos (Mateo 7:11).

Dios es como el sol que nos alumbra cada día, dándonos vida y luz. Él nos da su Palabra que es viva y eficaz para que tengamos vida espiritual. De su buena voluntad nos da la oportunidad de ser hechos hijos suyos, las primicias de todo lo creado. Con razón los ángeles cantaron aquella noche en que nació Jesús: “¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz, buena voluntad... !” (Lucas 2:14).

El apóstol sigue diciendo que en Dios “no hay mudanza, ni sombra de variación”. Podemos ejemplificar la sombra de variación con un eclipse de la luna. Esto arroja una sombra extraña y pasajera sobre la luna y decimos que es un eclipse lunar. En un eclipse, la luz del sol se cambia en una sombra conforme cambian las circunstancias.

Santiago declara que en Dios no existen sombras pasajeras que encubren la luz verdadera, su buena voluntad. Él no es como el hombre que ama al que lo ama y que devuelve el golpe al que le da un golpe. Dios no hace acepción de personas haciendo el bien al bueno e ignorando las necesidades del malo. Él no promete una cosa y después hace otra. No es como el hombre para mentir, engañar, y hacer jugadas sucias. Jesús testifica de su Padre celestial diciendo que hace salir el sol y hace llover sobre malos y buenos por igual (Mateo 5:45-47). “Dios es luz, y no hay ningunas tinieblas en él” (1 Juan 1:5). “Lámpara es a mis pies tu palabra, y lumbrera a mi camino”, testifica David en Salmo 119:105. La luz de la buena voluntad de Dios es constante y confiable. Ninguna circunstancia adversa podrá ocultarla ni cambiarla.

Dios es inmutable

En conclusión, ¿cuál será nuestra respuesta a la inmutabilidad de Dios? ¿Qué podemos aprender de ella?

Primero, seamos fieles en darle a Dios la gloria y las gracias debidas a su eterno poder y deidad. Desde la antigüedad, el hombre ha desafiado la inmutabilidad de Dios. En lugar de glorificarlo como a Dios, y darle las gracias, ha cambiado su gloria incorruptible en imágenes, “dando culto a las criaturas antes que al Creador”. Lee detenidamente Roma nos 1:21-25. Este pasaje concluye diciendo que lo que el hombre en realidad ha hecho es cambiar la verdad por la mentira. Después explica cómo esta actitud de soberbia conduce al hombre a hacer cambios perversos como las “pasiones vergonzosas” de la homosexualidad, entre muchas otras perversiones (Ro manos 1:26-31).

Segundo, mantengamos firmes la esperanza puesta delante de nosotros (Hebreos 6:18). Si Dios es fiel en cumplir sus promesas, ¿quiénes somos nosotros para serle infieles? Dice el escritor de Hebreos: “Pero nosotros no somos de los que retroceden para perdición, sino de los que tienen fe para preservación del alma” (Hebreos 10:39).

Tercero, retengamos fielmente las reglas y la ética de lo que es bueno y malo en conformidad con la Palabra de Dios. El mundo no toma en cuenta la santidad y la ley in mutable de Dios para dirigir su vida, sino que se basa en lo que la sociedad de hoy considera bueno y malo. Y esto constantemente está cambiando. El mundo ha desacatado la ley de Dios respecto al matrimonio, permitiendo el divorcio y las segundas nupcias (Mateo 19:4-6). Igualmente, ha logrado “superar” la vocación de la mujer como ayuda idónea del hombre y el lugar de los hijos en el hogar. El hombre, creyéndose sabio, ha logrado quitar el enfoque de darle la gloria a Dios y concentrarse en sí mismo, en la excelencia y su éxito personal. Y gracias a la teología moderna y el énfasis en los derechos humanos, hasta se han “logrado” nuevas interpretaciones de las Escrituras para ajustarlas a las ideas cambiantes de la nueva era y los hallazgos más recientes de la ciencia. A todos estos cambios los llaman “progreso”, pero en realidad es nada menos que una imitación del malvado Lucero que también pretendió cambiar su posición, retando las leyes inmutables del Todopoderoso. Y si quieres saber cuál fue el resultado, lee Isaías 14:12-15.

Cuarto, imitemos la benevolencia de Dios que sin acepción de personas ama al bueno y al malo y les hace el bien (Mateo 5:45, 48). Mantengamos una actitud de amor como una luz constante para con nuestros enemigos, porque así es Dios (Romanos 12:19-21).

Así que, ¿cuál será nuestra respuesta a la inmutabilidad de Dios? ¿Nos alejaremos envanecidos en las sombras del desvarío o doblaremos las rodillas y el corazón en reverencia y obediencia a la verdad de Dios y su voluntad?

Dios nunca cambia.

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Pablo Schrock
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