El Dios fiel

Vivimos en un mundo en que la infidelidad es parte del pan de cada día. ¿Dios también es así?

 

Vivimos en un mundo en que la infidelidad es parte del pan de cada día. La mentira se usa descaradamente. Un amigo mío es mecánico. Me decía con una sonrisa: “Cuando un cliente me trae su automóvil para repararlo, lo reviso y le indico comprar repuestos nuevos que yo sé que no necesita. Esto lo hago yo, sabiendo que luego venderé los repuestos nuevos a otro cliente. Al automóvil del primer cliente sólo tengo que limpiar bien las piezas y dar la apariencia de haberlas cambiado y listo. Como gano también la mano de obra, la ganancia es muy buena.” En el mundo es muy común comprometerse con una obligación, sabiendo de antemano que no va a cumplir. Muchas parejas a la hora de su casamiento hacen el voto: “hasta que la muerte nos separe”. Sin embargo, después de un tiempo, muchos están tramitando los documentos para un divorcio, con el pretexto de que las cosas no salieron como esperaban. Otros llenan documentos con datos falsos y al final los firman bajo fe de juramento. Por decirlo así, la mentira y la infidelidad han influido mucho en la sociedad en que vivimos.

El temor a la Palabra de Dios se ha perdido, y los resultados son palpables. Aun en la comunidad que se hace llamar cristiana, es común que la felicidad y las experiencias emocionales son más importantes que la obediencia a los mandamientos de Dios. Muchos dicen: “Pero Dios ha hecho grandes cosas en mi vida”. Así tratan de justificar su infidelidad a Dios y su Palabra. Son muchos los ejemplos que vemos a diario en este mundo cada vez más entregado a la infidelidad.

Dios es fiel. En medio de tanta oscuridad brilla la luz de la fidelidad de Dios. “Conoce, pues, que Jehová tu Dios es Dios, Dios fiel, que guarda el pacto y la misericordia a los que le aman y guardan sus mandamientos, hasta mil generaciones” (Deuteronomio 7:9). Como ya dijimos, Dios es fiel. Siempre se puede confiar en él. Lo que él dice es verdad y lo cumple. “Dios no es hombre, para que mienta, ni hijo de hombre para que se arrepienta. Él dijo, ¿y no hará? Habló, ¿y no lo ejecutará?” (Números 23:19). Lo que él promete, lo cumple, porque es fiel, veraz, y fidedigno. Y aunque al hombre le parezca que Dios tarda sus promesas, lo que él dice lo cumple a su debido tiempo. La fidelidad inmutable de Dios es evidente en todo lo que hace, tanto en el pasado como en el presente. Y podemos tener toda la seguridad de que así será hasta el fin. Él es fiel y su Palabra es segura.

Dios es fiel para con su creación

Desde el principio vemos la veracidad de lo que Dios dice. Sus palabras son verdaderas e inmutables. Él es el Creador de todo. Lo que él dijo, así es, y así será. Por su palabra, las criaturas respiran, caminan, nadan, vuelan y crecen. Hasta el día de hoy, él sostiene la creación con el poder de su palabra. Su palabra es activa y su conocimiento del estado de su creación es perfecta. Lucas 12:6 nos dice que ni el más insignificante pajarillo es olvidado por Dios. Es decir, Dios está al cuidado de toda su creación. La cuida con toda fidelidad. Si no fuera así, el mundo estaría en un caos total. Sabemos que mientras permanezca la tierra, “no cesarán la sementera y la siega, el frío y el calor, el verano y el invierno, y el día y la noche” (Génesis 8:22). Toda la creación da testimonio de la fidelidad de Dios.

Dios es veraz en sus palabras

 Pronto después de que Dios creó al hombre le dijo: “Mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás; porque el día que de él comieres, ciertamente morirás” (Génesis 2:17). Cuando el hombre desobedeció, las consecuencias de su desobediencia se volvieron realidad de inmediato. Al momento tuvieron miedo de encontrarse con Dios, lo cual era resultado de su muerte espiritual, es decir, su separación de Dios. También empezó el deterioro físico tanto en el hombre como en toda la creación. Tal y cómo Dios le había dicho a Adán, así sucedió. Adán y Eva fueron los primeros en saber que lo que Dios dice es verdad.

Dios no desechó ni abandonó al ser humano por su pecado. Su amor y misericordia para con el hombre son prueba de su fidelidad. “Jehová, hasta los cielos llega tu misericordia, y tu fidelidad alcanza hasta las nubes” (Salmo 36:5). Ya que el hombre no podía hacer nada para remediar su situación, le prometió un Salvador (Génesis 3:15). Dios mostró su fidelidad al hombre por facilitarle una solución para la situación en que se hallaba.

También vemos la fidelidad de Dios en la historia de Caín y Abel. ¿Por qué vio Dios con agrado a la ofrenda de Abel y rechazó la ofrenda de Caín? Nos dice en 1 Juan 3:12 que las obras de Abel eran justas y que Caín era del maligno. Dios no hace acepción de personas, sino que se complace con los que le obedecen y guardan sus mandamientos. “Tus testimonios, que has recomendado, son rectos y muy fieles” (Salmo 119:138). Dios siempre cumple lo que dice.

Dios fue fiel en proveerles la salvación a Noe y su familia. Cuando hubiera podido acabar con toda la humanidad, libró de la muerte a aquel que por su fe le obedecía. Dios le proporcionó todo lo necesario para que su familia y muchos animales se salvaran en el arca. La historia del diluvio nos muestra que Dios cumple lo que promete: salvación para los que confían en él. Dios siempre cumple lo que promete.

Después de aquel acontecimiento de magnitud global, y hasta el día de hoy, disfrutamos de la fidelidad de las palabras de Dios cuando dijo: Mientras esta tierra exista, y el hombre esté en ella, “no exterminaré ya más toda carne con aguas de diluvio, ni habrá más diluvio para destruir la tierra” (Véase Génesis 8:21-22 y 9:9-17). ¡Y nos dejó una señal, el arco íris! Nos dejó el arco iris como garantía de su fidelidad. Cada vez que miramos el arco iris, recordemos la fidelidad de Dios en sus promesas.

Dios le prometió a Abraham que haría de él una nación grande. En varias ocasiones le confirmó esas palabras. El tiempo pasaba, y tanto Abraham como Sara envejecían, y no recibían lo prometido. Pero Dios a su tiempo cumplió lo que había prometido, y a la pareja anciana les nació un hijo llamado Isaac.

Con el paso del tiempo, Dios engrandeció en número a los descendientes de Abraham. A través de su nieto Jacob, él dio inicio a la nación de Israel. Así cumplió su palabra y la descendencia de Abraham llegó a ser como las estrellas de los cielos en que no se puede contar.

La inmutable fidelidad de Dios para con los israelitas se resaltó muchas veces en su relación con ellos. Cuando el pueblo dudaba de la fidelidad de Dios, él se mostraba fiel y misericordioso. Si no hubiera sido por su fidelidad, Israel se habría perdido entre las naciones. Jeremías testifica de esto diciendo: “Por la misericordia de Jehová no hemos sido consumidos, porque nunca decayeron sus misericordias. Nuevas son cada mañana; grande es tu fidelidad” (Lamentaciones 3:22-23). Vez tras vez Dios le hablaba a su pueblo por medio de sus profetas y les recordaba la promesa. Él les recordaba que de la simiente de David nacería el Mesías.

Así, muchos años después, aunque para Dios fue a su debido tiempo, cumplió lo que había prometido en Génesis 3:15 y lo que le había anunciado a Abraham: “Serán benditas en ti todas las familias de la tierra”. Gálatas 4:4 dice: “Pero cuando vino el cumplimiento del tiempo, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer y nacido bajo la ley”. Dios es así; siempre cumple lo que promete.

Su fidelidad en nuestro llamado

Fiel es Dios, por el cual fuisteis llamados a la comunión con su Hijo Jesucristo nuestro Señor” (1 Corintios 1:9). La fidelidad de Dios nos llama a gozar de comunión con su Hijo. “Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios” (Juan 1:12). El plan de Dios siempre ha sido el de gozar de una relación con él. Sin embargo, al igual que en el huerto de Edén, hoy también el pecado impide una relación con él. Pero tal como lo prometió, en Jesús él nos invita a reestablecer esa relación. Hoy podemos gozar de comunión con Dios cuando nos reconciliamos con él por medio de Jesús. Todos los que lo reciben como Salvador entran en comunión con él. ¡Gloria a su nombre!

Jesús nos promete su presencia hasta el fin (Mateo 28:20). Aunque a veces no lo sentimos, él está presente. En todo momento está presto para socorrernos y ayudarnos. Podemos confiar, sabiendo que: “No os ha sobrevenido ninguna tentación que no sea humana; pero fiel es Dios, que no os dejará ser tentados más de lo que podéis resistir, sino que dará también juntamente con la tentación la salida, para que podáis soportar” (1 Corintios 10:13). Podemos estar plenamente confiados en que nunca vendrá una prueba más allá de nuestras fuerzas. Es fiel el que lo prometió. Podemos vencer en cada lucha y tentación. Y “sí fuéremos infieles, él permanece fiel; él no puede negarse a sí mismo” (2 Timoteo 2:13). “Mantengamos firme, sin fluctuar, la profesión de nuestra esperanza, porque fiel es el que prometió” (Hebreos 10:23). “Estando persuadido de esto, que el que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo” (Filipenses 1:6).

Conclusión

Dios es fiel. Por eso podemos confiar en él. Él es el mismo hoy y para siempre. Siempre será constante, firme, verdadero, seguro, y leal. Como hijos suyos, podemos gozar cada día de su fidelidad. Sea cual fuera la circunstancia, él permanece fiel y no nos abandonará.

Todavía esperamos el cumplimiento de la venida de Cristo. Él está preparando lugar para su esposa, la iglesia, y vendrá por ella.

Ya que Dios es fiel, él quiere que nosotros también seamos fieles y verdaderos. Fieles en nuestras palabras, cumplidos con nuestros compromisos. Que nuestro sí sea sí; y nuestro no, sea no. Debemos cumplir lo que prometemos. Los que hemos hecho el voto de matrimonio, debemos perseverar fielmente en ello. Debemos ser cumplidos en lo que Dios pide de nosotros. Como hijos amados, debemos imitarlo.

Que seamos hallados fieles para que lleguemos a sus bellas mansiones.

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